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Muchos estudiosos de la unidad nacional española coinciden al considerar el proceso nacionalizador como equivocado, sometido a profundas crisis y evidentes limitaciones para convertir España en un Estado nacional. Sin una comunidad homogénea a la que habría que dotar de un Estado, la situación, más ... bien, era al revés. Había una estructura estatal bajo la fórmula de la Monarquía con proyecciones imperiales que ejercía su autoridad y poder sobre unas comunidades muy diversas y poco homogéneas. Había unidad territorial, existía España, pero no había «españoles». Se podrían recordar las palabras de Mássimo d'Azeglio, ministro italiano, cuando, una vez alcanzada la unidad política y territorial, manifestó: «Hemos hecho Italia, ahora hemos de hacer a los italianos».
Era el reto que asumió el nacionalismo español que surgió a partir de 1808 al amparo de la Guerra de la Independencia, de la mano de los liberales, con el proyecto nacionalizador que representaba la Constitución de 1812. Convertir a los ciudadanos que vivían bajo la unidad territorial de España en patriotas españoles, a través de un proceso de homogeneización cultural, educativa, lingüística, etc. Lo expresó el diputado Agustín Argüelles, a su manera, al presentar la Constitución de 1812: «Españoles, ya tenéis patria». El reto, una vez creada la patria, era crear «patriotas» para la nación.
En términos de resultados el modelo nacionalizador para convertir España en una nación con cohesión interna propia, al margen del modelo de Estado y de su configuración territorial, presenta un balance que a sus promotores no puede satisfacer. A mi juicio, el modelo constitutivo de nación que persiste hunde sus raíces en modelos jacobinos que fracasaron en sus diversos intentos en España, no así en otros países. Es un modelo de nación que desconfía de las otras identidades nacionales existentes en el Estado. Un modelo de nación que precisa del Estado, en cuanto poder central, y por eso siempre ve como un peligro para su propia supervivencia que se transfiera poder a las autonomías, especialmente a algunas; pues se interioriza como que con cada transferencia se le extirpase una cuota de la identidad nacional.
Cuando le leo, por ejemplo a Aznar, que la transferencia del régimen económico de la SS supone el desmantelamiento del Estado y por consiguiente también de la unidad nacional, reflexiono y digo, si eso es cierto, qué fundamentos más débiles tiene la unidad nacional española. Si el modelo constitutivo de la nación no se ajusta al modelo territorial del Estado, la nación será un factor de recentralización del Estado y entonces, sí será un riesgo para la unidad territorial.
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