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Los tiempos verbales de candidatos y candidatas en estas elecciones vascas han sido el presente y el futuro. Parecía que nuestro pasado no iba a aparecer, como si estas no hubieran sido las primeras elecciones después de la completa desarticulación de ETA, como si el ... fantasma de los GAL no hubiera aparecido poco antes de comenzar la campaña, como si, en definitiva, Euskadi hubiera vivido siempre dentro de la «normalidad» democrática (siendo «normalidad» la ausencia de violencia). Cierto es que el ahora nos da suficientes preocupaciones y desasosiegos, y que para el futuro tenemos garantizados muchos pesares, pero aun así nuestro pasado sigue pesando lo suficiente como para pretender que no existe. Alguien -no adjetivaré porque su acto lo hace innecesario- se encargó de que recordáramos que seguimos arrastrando un peso. En la madrugada del 9 de julio a ese alguien se le ocurrió visitar la tumba de Fernando Buesa y cubrirla de pintura roja. No sabemos quién lo hizo ni cuál fue su proceso mental para llevar a cabo semejante acto estéril salvo en generar dolor a la familia Buesa e indignación en cualquier persona con un mínimo de empatía. Lo que sí consiguió es que, en estos últimos días de reflexión antes de votar hoy, no nos olvidáramos de nuestra historia. Porque no solo somos presente. Somos una suma compleja de experiencias y memorias, contextos y realidades. A veces optamos por recordar, otras por olvidar, otras recordamos sin querer y a veces olvidamos sin pretenderlo. Pero está claro -y esa punzante pintura roja nos lo recuerda- que el pasado no deja de existir en el presente simplemente porque lo obviemos, dejemos de mencionar lo que nos duele o nos avergüenza.
Durante las campañas políticas hay algo que une a todos los candidatos y candidatas: la carrera por ganar más espacio de poder. Por ello sus discursos -tal vez no tanto sus programas- se concentran en lo que creen que la ciudadanía con derecho a voto quiere oír. Así, el pasado se menciona sólo si puede dar rédito político. Las víctimas sólo se nombran si el pulso social muestra que hay una preocupación por ellas. Así es el juego político, me dirán los más realistas, o los más cínicos. Y sin embargo, creo que hubiera estado bien que durante la campaña no hubiera sido el odio y esa pintura roja lo que recordara que la memoria democrática, esa que defiende a todas las víctimas de todas las vulneraciones de derechos humanos, es indispensable en la formulación presente y futura de la sociedad vasca.
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