España líquida
El resultado electoral nos permite pensar, medio en serio, medio en broma, sobre lo que es España y lo que podría ser
Juan Francisco Ferré
Martes, 7 de mayo 2019, 00:58
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Juan Francisco Ferré
Martes, 7 de mayo 2019, 00:58
Qué alivio. Ya pasó el trago amargo y no salió mal del todo. Qué relajación. Votamos el mal menor y después nos echamos a dormir tranquilos hasta la próxima vez. Los resultados del 28-A nos permiten mirar al pasado sin ira, con la lucidez ... que da la serenidad adquirida, para encontrar claves inéditas en nuestro devenir carnavalesco. Hemos matado el miedo del presente, pero eso no garantiza nada en el futuro, el error o el terror por venir.
Cernuda escribió que España no era una madre, sino una madrastra. Una gran madrastra cruel, como pensaba Larra. Sin embargo, España nunca fue fascista, ni siquiera bajo la cuarentena franquista, ni comunista, por más que en el 31 celebrara la fiesta libertaria de la Segunda República y en el 36 ganara el Frente Popular. España es conservadora de un modo genuino que Aznar y Casado nunca comprenderán. No es fácil. España es antigua y tradicional, como el terruño de la Península Ibérica, pero no reaccionaria al estilo de la derecha torcida o retorcida. Mucho más que unas elecciones, o un plebiscito sobre la eficiencia del CIS, como dicen ciertos tertulianos que ven con estupor la ruina de sus cálculos interesados, nos hemos sometido a un test psicológico para saber cuán fachas somos y lo superamos con holgura, al revés de otras democracias más desgastadas. Debíamos descubrir, cuarenta años después, qué mensaje cifrado inscribió el franquismo en nuestro inconsciente. La atracción por el reverso tenebroso de la identidad española ha sido vencida, de momento, mostrando al mundo que la especial virulencia de la crisis económica tampoco causó estragos anímicos incurables.
No es lo mismo, desde luego, adaptarse a vivir en la España líquida de las últimas décadas que aspirar a liquidar España. El problema del estado líquido, por otra parte, es que genera en algunas mentes la nostalgia agónica por el estado sólido. Nada le hubiera gustado más, en este sentido, al fastidioso clan de Puigdemont y Torra que tener enfrente a la España fachosa de Abascal. El melodrama de los que no aceptan el estado fluido de las cosas y los seres es que pretenden liquidar las delicias de la España almodovariana en la que vivimos instalados tan a gusto, desecando sus jugos más sabrosos y flujos más fecundos, para imponer el antipático secarral como alternativa castiza. Pero el triunfo electoral de las tribus separatistas en Euskadi y Cataluña no es una broma de mal gusto y debería obligarnos a pensar. España afronta ahí un desafío capital, pese a la terapia paliativa del sanchismo. La derecha centralista ha explotado durante años la cuestión territorial en su beneficio y le ha salido el golpe por la culata, exacerbando el radicalismo periférico. Si no se remedia, la España líquida corre el riesgo de disolver sus logros y volverse gaseosa.
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