El Euromillones del viernes: comprobar resultados del 31 de enero

Escribir. Tirar suavemente del hilo de lana de algodón que teje nuestra vida cotidiana, «cotton wool», decía Virginia Woolf. Imaginar, volcarnos en un papel, en la pantalla del Mac o en la tablet, volar muy alto muy alto, ir siempre más allá navegando por donde ... nos dé la gana, compartir con otros todo ese barullo que somos y que también son ellos, sentir, vibrar.

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Escribir. Ordenar el armario de nuestros sentimientos pensándonos despacio, analizando motivos y sensaciones como si fuesen los de otros, deletreándonos, mirando luego nuestra fotografía y así entendernos mejor viendo ahí delante el puzle de lo que somos o de lo que nos gustaría ser. Porque «escribir es añadir un cuarto a la casa de la vida», como dice el escritor argentino Bioy Casares, gran amigo de Jorge Luis Borges; un cuarto que algunos días (y ahora lo necesitamos tanto) es capaz de convertir una cueva en una casita con vistas al mar; al menos a mí me pasa eso.

Leer. Huir cuando esa vida nuestra no nos gusta o nos devora el hastío, huir ensanchando nuestro horizonte viviendo muchas vidas sin movernos de casa, ser brujas hermosas, lobitos buenos, piratas honrados, perdedores con alma de poeta. Leer. Abrir un libro, caminar codo con codo con el protagonista o la protagonista del relato, sentirnos tan fuertes, valientes y guapos como ellos, reírnos del tiempo y navegar alegremente de un siglo a otro. Porque «cuando leemos creamos nuestras propias imágenes y asociaciones». «El libro vive dentro de nosotros, se reinventa en nosotros a medida que vamos leyendo», son palabras de Jostein Gaarder, autor noruego de 'El mundo de Sofía', entre otras novelas.

Aunque resulte extraño, se aprende a disfrutar de la lectura leyendo y a escribir, escribiendo

Escribir y leer, leer y escribir. Sherezade, experta tejedora de cuentos e inventora de las telenovelas, y su feroz sultán, encendido día y noche por la curiosidad y el misterio, saben muy bien lo que digo. A todos nos gusta contar y contarnos. A todos nos gusta escuchar y dejarnos atrapar por una historia. Desde que el hombre es hombre, desde que la mujer es mujer, leyendas, mitos, fábulas, apólogos nos han acompañado siempre, así somos de sabios, de insensatos y de soñadores. «No hay barrera, cerradura, ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente», decía Virginia Woolf.

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Escritura y lectura son los grandes ventanales de ese cuarto que abrimos en la casa de nuestra vida. Aunque resulte extraño, se aprende a disfrutar de la lectura leyendo y se aprende a escribir escribiendo, igual que una caminata de mil kilómetros comienza con un humilde primer paso, como dice el proverbio chino. Ahora bien, no hay que olvidar que para iniciar esa andadura es muy importante vencer la pereza y sus telarañas; aún más, hasta la timidez y el orgullo.

Porque concretamente eso de escribir tiene algo de 'striptease' y nos suele dar miedo hacer el pena en la plaza pública. Quiero decir que para poder disfrutar de la lectura tenemos que hacer los deberes desde niños e ir familiarizándonos con ella y, para escribir, hay que enfrentarse al vértigo del folio o el pantallón en blanco todos los días, nos sintamos como nos sintamos, no vale con ponernos a ello cuando tenemos un subidón de sentimientos o simplemente nos apetece (muchas veces, en estados de exaltación el resultado es caca), ya saben, 90% de transpiración y 10% de inspiración.

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Por eso voy a proponer en este mes de agosto de puto coronavirus, de playas y montes con butacas numeradas, que quien quiera lanzarse a la aventura de escribir aproveche los días al sol para leer mucho y, además, se comprometa a escribirse diariamente (quien escribe siempre se escribe). Es fácil. Solo necesita, en modo rudimentario, un trozo de papel y un lápiz. Y es que, si cada día del año fuésemos capaces de escribir una página, a 31 de diciembre tendríamos un libro de 365, ¡un buen tochito!

Pues nada, que les animo a empezar desde ya. Así el año que viene por estas mismas fechas, cuando vuelvan a estar tripa al sol o meditando bajo un roble, tendrán su obra entre las manos, tendrán su tesoro.

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