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He de confesar, de entrada, que escribo este artículo perplejo y enrabietado. Por el comportamiento de gran parte de la clase política y el de no pocos medios de comunicación social que están llevando a este país, España, a una situación límite.
Estos últimos días ... vivimos sobresalto tras sobresalto. El president Torra propone constituir un gobierno en Catalunya que no tiene viabilidad alguna de gobernar, pues no se puede gobernar desde la cárcel, y el juez Llarena sigue con su matraca de la rebelión (¡por la violencia!), mientras que Rajoy no puede dejar aún más espacio a Ciudadanos, convertido ya en un partido patriótico anticatalán. Los líderes de Podemos (la pareja sentimental Pablo Iglesia e Irene Montero) se descuelgan con un chalet que muy pocos se lo pueden permitir, introduciéndose así en la 'casta' que hace poco denunciaban. El ex presidente de la Comunidad de Valencia y antiguo ministro del Gobierno del Partido Popular, Eduardo Zaplana, es detenido acusado de llevarse suculentos dineros de forma ilegal, según parece.
El miércoles pasado almorzamos con la noticia de que el PNV, desojando su margarita, decide dar el visto bueno a los Presupuestos de Rajoy. La noticia levanta ampollas en Euskadi. El PNV se lo esperaba y saca una extensa nota dando cuenta de sus argumentos para decir 'sí' cuando había dicho, mil y una vez, que iba a decir 'no', si continuaba, como continúa, el 155. Permítaseme decir que tuve que echar mano de la razón para tratar de acallar los irritados latidos del corazón.
El mundo constitucionalista español, tanto político como mediático (por decirlo rápido), valoró positivamente la decisión del PNV. Por la estabilidad que proporcionaba a unos tiempos convulsos. Se decía, también, que un Gobierno sin Presupuestos, tenía difícil concluir la legislatura e, incluso, se podría ver abocado a convocar elecciones, lo que parece que nadie quería. Al menos, nadie quería el miércoles a la noche. Pues hoy, sábado por la mañana, cuando redacto estas líneas, muchas voces siguen hablando de la conveniencia o necesidad de nuevas elecciones, sin que falten los que las propugnen. No es difícil mostrar semejante trastrueque en los editoriales de algún medio de comunicación. La explicación de este cambio de opinión la tenemos en la lectura que se hace de la sentencia del caso Gürtel, verdaderamente catastrófica para el PP.
Y, aquí viene mi perplejidad y mi irritación enrabietada. ¿Es que alguien dudaba que el PP es como un queso gruyere trufado de agujeros: sus múltiples corrupciones? ¿Es que alguien dudaba, o duda, que hay una 'caja B' en el PP? ¿Qué ha cambiado? Una durísima sentencia judicial, aunque los tres magistrados que juzgaron el caso Gürtel no han emitido una sentencia unánime, lo que mantiene su valor legal, pero aminora su peso moral. Uno de ellos, el presidente del tribunal, ha emitido un voto particular discrepando de aspectos de la sentencia, particularmente con relación al presente texto, en lo que concierne al PP como tal partido, que es condenado (dos a uno) a título lucrativo. Aunque no es este el espacio para profundizarlo, quiero manifestar, una vez más, mi perplejidad y profundo desasosiego, al comprobar cómo la lectura de determinados hechos por uno, dos o tres jueces, máxime si discrepan entre ellos, puede tener consecuencias tan enormes, no solamente para los enjuiciados sino para el conjunto social. A mi juicio, algo muy grave falla en el sistema.
Pues la realidad del país, la conveniencia de estabilidad del país sigue siendo la misma el jueves al medio día, publicación de la sentencia Gürtel, que el día anterior, aprobación de los Presupuestos Generales del Estado. ¿Por qué la consecuencia, dicen inevitable, de una sentencia judicial ha de conllevar la desestabilización de un país, cuya estabilidad era valorada, como imprescindible, veinticuatro horas antes, incluso por algunos, como Ciudadanos, que se vanagloriaba de su sentido de Estado aprobando los Presupuestos, para pedir, al día siguiente, nuevas elecciones?
El secretario general del PSOE, que lleva callado durante el conflicto catalán sin saber qué decir, ni qué hacer, se sale con una moción de censura que, caso de ganarla, convocará elecciones, sin precisar cuándo. A Podemos, con esta movida de Sánchez, se le aparece la Virgen y busca que se mire a la Moncloa y no a Galapagar. ¡Ciudadanos!, ¡ay, Ciudadanos! Su ansia de poder le ciega y puede lograr lo imposible: resucitar a Rajoy para que logre una tercera legislatura. Pero Rajoy, y el Partido Popular, deben reconocer las corrupciones que anidan en su seno, y regenerarse. En la oposición, si pierden, en su día, las elecciones. En fin, el PNV, si mantiene la línea que le llevó a votar a favor de los Presupuestos al argumentar que un «probable adelanto electoral abriría escenarios de pronóstico muy preocupante que por responsabilidad deben evitarse, y así lo hacemos», no apoyará a Sánchez, digo yo.
Estamos en una guerra cortoplacista por sentarse en La Moncloa. Triste realidad. Así se explica que el mundo real, los ciudadanos de a pie, se desentiendan de ellos y la sociedad navegue a la deriva, entre populismos emocionales y la gente que se retira a sus cuarteles de invierno a la espera ilusa de que escampe.
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