Willy Toledo lleva las de ganar en su guerra particular con la Asociación Española de Abogados Cristianos (AEAC). Eso es lo que yo creo e intentaré razonarlo en esta columna. Alguien me dirá: Sí, pero al menos ya se ha pasado una noche en el ... calabozo. Y yo contesto: probablemente eso es lo que quería: la repercusión mediática a la mañana siguiente. Ya lo explicó él mismo: «Estoy haciendo lo que tengo que hacer: llamar la atención para generar un debate». Todo comenzó por una frase que escribió en Facebook cagándose en Dios y en todo lo que se menea. Muy poca gente se hubiera enterado si la AEAC no le hubiera denunciado y el comentario no habría pasado de irrelevante. Ahora, ya nadie lo ignora: la frase ha salido hasta en la sopa. Y el tío está encantado con su papel. De hecho, ha vuelto a repetirla más veces ante las cámaras y cada vez que lo hace nos apela a todos. Además, a la gente sensata (cristianos o no) no nos queda otro remedio que ponernos de su lado. ¿Qué vamos a hacer? ¿Llevar a alguien a juicio por usar esa expresión? Pero ¿a quién se le ocurre? Willy Toledo se está convirtiendo en un personaje con un propósito. ¿Y quién le está ayudando a crecer y a cargarse de razón? Pues, en primer lugar, la propia AEAC, una pequeña asociación ultrarreligiosa que se dedica a denunciar a personas casi siempre del mundo de la cultura y el espectáculo con el argumento de que algo que han dicho o hecho ofende a sus sentimientos religiosos. Y luego el juez instructor que ha decidido procesarle. Seguramente otro no lo hubiera hecho, pero este sí. La Justicia es una, pero los jueces son muchos y distintos.
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La cuestión es que todavía existe un artículo en el Código Penal cuya literalidad sigue permitiendo que prosperen este tipo de denuncias de otra época. Condenar a alguien por ofender a Dios. Lo que antes se llamaba proferir una blasfemia. Pero, en serio, ¿pronunciar esas palabras puede considerarse un delito? Es una frase hecha (al menos, en este país). Todos lo hemos hecho alguna vez. Yo diría que, en determinadas circunstancias, tiene que ser hasta bueno. De hecho, se ha demostrado que decir groserías y maldecir incrementa la confianza en uno mismo, tiene un efecto analgésico, favorece la sociabilidad, mejora el flujo sanguíneo y libera endorfinas. No solo ayuda a sentirse sano y bien: también se ha comprobado que las personas inteligentes maldicen más y mejor. Al fin y al cabo, es un cagarse alegórico, no es real. Es como cagarse en Osiris o en Supermán. En realidad, el problema es que Dios o los dioses (puesto que los hay a miles) sigan estando en el Código Penal. Por favor, sáquenlos de ahí. Pase lo que pase en el juicio, Willy Toledo ganará. A mí, pensándolo bien, me parece más grave que se cague en todo lo que se menea. Y sin embargo, eso no le importa a nadie. No entiendo nada.
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