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Desde que estoy en esto de los libros llevo escuchando el nombre de Carlos -Ruiz Zafón- como el de un enemigo. Miles de veces he asistido a esas reuniones en despachos de editoriales en las que unas personas, que hacen lo que tienen que hacer, ... me hablaban de él como el rival con el que competir, como aquel que condicionaba una y otra vez mi carrera literaria. Juan, tenemos que retrasar la salida del libro porque nos coincide con la de Zafón. Vamos a mirar bien los días en los que firmas en la Feria del Libro, no queremos que coincida con los suyos.
La campanita de Pavlov acabó haciendo su efecto y, cada vez que ese nombre sonaba en mi cabeza, se disparaban las alarmas, la amenaza a mi posible éxito en el próximo trabajo, la conveniencia o no de hacer coincidir mi obra con la suya, siquiera de relacionarla. No era mi enemigo, obviamente, pero sí lo era, así lo asimilaba, su obra, su capacidad para condicionar el mercado y, por lo tanto, mis tiempos, mis fechas, mis visitas, hasta los programas que me pidieran o no llamar para las entrevistas promocionales. Maldito Zafón que ha anunciado nuevo libro.
Nada de esto, obviamente, importaba cuando coincidíamos. A los dos minutos de estar con él en la mesa de tal o cual evento, los despachos, las agendas y las tablas de Excel se reducían a dos tipos que amaban los libros y compartían con pasión y pollo a la jardinera el tal o cual autor que habían descubierto, la admiración de vayaustéasaber qué hallazgo narrativo del último libro de Arturo, o de la capacidad para crear imágenes de María, o de la capacidad de Almudena para agarrarte como lector. Éramos, en esos momentos, Carlos y Juan hablando de lo que más amábamos removiendo una cucharilla en la taza de café.
Cuando me retiré durante dos años a pensar en 'Reina Roja' hice una selección de libros que pensaba que me iban a valer para colocar mi mente en la historia que buscaba contar. Estaban los de Carlos, por supuesto, y debo decir que releerlos no me ayudó tanto a fabricar la historia de Antonia y Jon como a recordar, con emoción, por qué hago esto, por qué amo esto. Carlos deja a los que somos escritores una guía sentimental que explica como ninguna la victoria de encontrar la metáfora perfecta, la palabra precisa. Deja la inyección que todo creador necesita para saber dónde mirar y dedicar el tiempo que haga falta para contar lo que ves.
Eso queda, queda Carlos, lo que se ha ido a la papelera son los horarios y una tristeza tremenda por perder a un enemigo que sólo lo era para hacerme ser mejor. Todos los escritores mueren, incluso las grandes personas como Carlos. Pero la buena noticia es que, en realidad, nunca se mueren del todo.
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