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Ya estamos aquí en otro 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Vamos a ahorrarnos eso de ¡feliz día!, que este asunto no es una fiesta ni un cumpleaños. A pesar de que podemos celebrar (aquí, no en otras partes del mundo) que, gracias ... a nuestras predecesoras, estamos hoy donde estamos, el panorama es tan desolador que lo de feliz, igual lo dejamos para otra ocasión.
El feminismo está resultando un tema muy manido del que se hace uso para bien y para mal, para defenderlo o denostarlo, o como arma arrojadiza política, pero sin llegar a creérselo. Se ha hecho un gran avance en leyes y reglamentación, y muchas de ellas se siguen sin cumplir. Pero es obvio que la preocupación o rapidez en llevarlas a cabo no hace subir el Ibex 35. Y aquí seguimos, con el aburrimiento de explicar, una y otra vez, que el asunto no se trata de ser como los hombres, que no; que lo que queremos es que se cumplan los derechos humanos y tengamos los mismos que la otra mitad de la población. Es muy tedioso explicar que, a pesar de las nuevas incorporaciones, legales y sociales, no tenemos igualdad real, ni igual salario, ni el mismo trato, ni la misma valoración ni respeto, y que llegar al poder sigue estando muy lejos.
No creo que haya que tener ojo de lince para darse cuenta de la desigualdad real, a no ser que uno esté en el otro lado, y no quiera ver lo visible. La percepción de desigualdad entre hombres y mujeres, según los últimos datos de la encuesta de enero de este mismo año proporcionados por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), no deja lugar a dudas: un 67,2% de las mujeres percibe grandes desigualdades entre hombres y mujeres, en comparación con el 48,2% de los hombres; y aunque hay gran acuerdo, un 70,7%, en que las desigualdades entre ambos han disminuido en la última década, un 44,1% de los hombres está «muy o bastante de acuerdo» con la afirmación de que «se ha llegado tan lejos en la promoción de la igualdad de las mujeres que ahora se está discriminando a los hombres». ¡Claro! ¡Hasta dónde quieren llegar estas!, pensarán.
Hay personas que ejercen, y tienen, responsabilidad, notoriedad, poder, y que son, de facto, modelos sociales. Resulta que tenemos a un exministro que se encuentra solo, ¡no tiene ni secretaria!; a unos cuantos futbolistas que se piensan que todo el mundo quiere tener relaciones sexuales con ellos, y, ellos, pues nada, al lío, o sea, a violar; señorías que utilizan términos como zorra, cachorrita, fea, bruja, o que cambian fruta por puta, y dale que te pego con la gracieta; consejos de administración de compañías, de banca, o congresos universitarios y académicos, sitios donde verdaderamente se corta el bacalao, en un campo u otro, donde solo hay corbatas; a los dirigentes religiosos de cualquier confesión, cada uno con su uniforme masculino.
Y ahora, tristemente, a todos esos hombres midiéndose no sé el qué, y abocando a la población a la guerra, a la destrucción, porque son incapaces de llegar a un acuerdo. Y es que los chicos tienen un problema serio con la violencia, dicho sea de paso. Tienen grandes dificultades para resolver conflictos, y enseguida, a darse de tortas. Pero no nos confundamos con esto de la violencia. Hay una violencia explícita contra las mujeres, sin eufemismos.
Estos modelos, y otros muchos, nos entran diariamente por oído y vista, de ahí que no sea tan peculiar el resultado de la encuesta, aunque asuste. A pesar de que en el 8 M se haga ese postureo que tanto gusta, y defiendan que las mujeres tenemos los mismos derechos, la realidad impera, y nos muestran el resto de días dónde están sus cabezas. Pero nada, que no se terminan de enterar; aunque ya haya hombres que sí, por supuesto.
Es un hastío describir continuamente por qué no hay igualdad y, sin embargo, absolutamente necesario. En breve serán las elecciones en la comunidad autónoma vasca, y hay tanta igualdad aquí, somos tan estupendos, que apuesto a que esta vez tampoco tendremos una lehendakari…
Nosotras queremos compartir el mundo con ellos, pero no en el camino que nos marcan, por carretera local, sino en la autopista, con varios carriles, a velocidad apropiada y en paralelo. Solo es eso. Pues ¡hala! ¡A seguir!
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