Elecciones, pactos y modelos de país
Profesor de Derecho Constitucional. Cabeza de lista al Congreso por Bizkaia de Unidas Podemos
Miércoles, 10 de abril 2019, 23:22
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Profesor de Derecho Constitucional. Cabeza de lista al Congreso por Bizkaia de Unidas Podemos
Miércoles, 10 de abril 2019, 23:22
En el ámbito de las relaciones personales, quienes tienden a juntarse indistintamente con cualquiera y con cualquier objetivo suelen ser tomados por poco selectivos y carentes de criterio, ya que se considera una virtud tener claros los objetivos vitales y saber seleccionar las amistades y ... las compañías de viaje. Sorprendentemente, en política no sucede lo mismo. La transigencia, la capacidad de pactar y llegar a acuerdos, no constituye para muchos una virtud que deba ejercitarse con equilibrio y ponderación. Por eso, algunos partidos hacen gala de no tener preferencias a la hora de pactar para elegir como socios a quienes van a exigir un tipo de políticas o a quienes van a exigir otro. Para algunos, incluso, cualquier aritmética es igual de buena o de mala, a condición de que se obtengan determinadas contraprestaciones.
Creo que la cultura democrática ganaría mucho si la transigencia y la facilidad para pactar fueran valoradas en su justo término, como sucede en la vida cotidiana. La virtud debería estar en el equilibrio: ni es buena la cerrazón a pactar, ni es bueno pactar con cualquiera, sin tener un proyecto claro y unos compañeros de viaje preferentes.
De cara a las próximas elecciones algunos partidos tienen claro con quién deben juntarse prioritariamente, en función del modelo de país al que aspiran; y otros no. Entre los que lo tienen claro, están las tres derechas. Tienen claro quiénes son sus socios preferentes y cuál es el modelo de país que desean. Desean pactar entre ellas, siguiendo la estela andaluza; y desean un modelo de país 'liberal-conservador', o lo que es lo mismo, desean un país social y culturalmente conservador y con un modelo económico en el que la democracia no regule el mercado, sino que esté sometida a él. Se trata de un modelo netamente involucionista, en la medida en que reabre debates que habían sido superados por nuestra sociedad hace décadas, como el del aborto, el de la violencia de género, el de la paridad, el del maltrato animal, el de los límites de la libertad de expresión y muchos otros, planteando un Derecho penal regresivo, a la vez que la transformación de los instrumentos de excepción que prevé la Constitución en instrumentos ordinarios; e incluso, proponiendo revertir el proceso de descentralización del Estado, especialmente en el caso de Ciudadanos y de Vox.
En el lado opuesto se haya Unidas Podemos, igualmente selectiva con sus eventuales socios de gobierno, en función de su proyecto de país; un proyecto que pretende ser inclusivo, tanto en lo social como en lo nacional; sin ocultar que para incrementar derechos de las mayorías sociales, es necesario limitar privilegios de las minorías y restringir los vasos comunicantes entre las finanzas y la política. Un proyecto que pretende recuperar libertades y derechos y regenerar la política, en la onda de las reclamaciones que planteaba el 15-M. Y un modelo que, igual que reivindica que nadie quede excluido del bienestar y de la riqueza que genera el país, propugna un Estado plurinacional que sea inclusivo también y permita la convivencia de sensibilidades diferentes.
En medio se encuentra el Partido Socialista. No concreta quiénes son sus socios preferentes, ni concreta el modelo de país por el que aboga, dejando las puertas abiertas a alianzas con la derecha para impulsar políticas de recortes y precarización del trabajo y del consumo, además del uso sistemático del artículo 155; y dejando igualmente abiertas las puertas a continuar la entente iniciada hace unos meses con Podemos para recuperar derechos y promover el diálogo y el reencuentro entre las dos mitades de la sociedad catalana. Continúa así los zig-zags a que nos tiene acostumbrados Sánchez, sin estar claro que su falta de decisión se deba a su incapacidad de hacer frente a los sectores más recalcitrantes de su propio partido o, como reconoció cuando fue entrevistado por Évole, a las exigencias de los poderes financiero-mediáticos; o incluso, como apunta la instrucción del 'caso Villarejo', a la presión de las cloacas del Estado.
En esa misma onda de quienes no eligen socio de viaje, el caso más extremo lo representa el PNV, a quien le da igual pasarse la mayor parte de la legislatura apuntalando al PP y otra parte en su contra. No existen socios preferentes y no es determinante el tipo de políticas que vayan a aplicar, ni siquiera la incidencia directa de estas políticas sobre la población vasca. Lo determinante parece ser obtener contraprestaciones a cambio del apoyo, ya sea en forma de traspasos o de partidas de dinero destinadas a las contratas adjudicatarias del TAV. Según apunta una reciente encuesta encargada por la radiotelevisión pública vasca, parece que la ciudadanía vasca tiene menos dudas que algunos de sus representantes: un 86% se inclina por continuar la reciente entente del PSOE con Podemos, frente al 4% que apuesta por otra entre las derechas. En la disyuntiva entre progreso e involución, la mayoría social vasca no vacila. Por desgracia, el PSOE y el PNV sí lo hacen y prefieren seguir nadando y guardando la ropa. Darles el voto a quienes no aclaran para qué lo usarán es regalarles un cheque en blanco, renunciando a ejercer por nosotros mismos nuestro derecho a decidir el tipo de gobierno y el tipo de políticas públicas que queremos.
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