¿Elecciones otra vez?
Doctor en Ciencias Políticas y directivo de Tactio ·
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Doctor en Ciencias Políticas y directivo de Tactio ·
Elecciones otra vez? Es lo que habrá pensado buena parte de la ciudadanía vasca al conocer la inminencia de las autonómicas. A pesar de que tocan, puesto que en 2020 se cumplen los cuatro años de legislatura, la percepción social es que vivimos permanentemente en ... campaña electoral, en una competición sin tregua.
Desde 2015 hemos vivido cuatro procesos de elecciones generales, además de las locales, autonómicas y europeas. Y hemos tenido gobiernos en funciones en uno de cada tres días desde entonces, aunque las implicaciones de este dato darían como para otro artículo.
Lo cierto es que en este quinquenio nuestros partidos han demostrado que saben competir, sin duda. Pero no han demostrado del todo que sepan cooperar para hacer políticas de transformación. Llevamos muchos años sin ver un pacto de Estado que afecte a las condiciones de vida de la gente, que busque mejorar la competitividad de nuestro tejido económico-empresarial o que amplíe los derechos de ciudadanía. Por no hablar de la imposibilidad de tocar la Constitución cuando es obvio que tiene vías de agua. Esta falta de transformaciones agudiza la percepción a la que aludía al inicio: mucha competición, poca cooperación; muchas promesas, pocas acciones; muchas elecciones, pocas transformaciones.
Como consecuencia de este proceso, entre otras razones, hace unos días conocimos que los políticos en general, los partidos políticos y la política son el segundo problema para el 54% de los españoles, según el CIS. Desgraciadamente, no es nuevo que la política sea percibida como el segundo problema. Nos hemos acostumbrado a que así sea. Lo nuevo es que ese porcentaje es el máximo histórico alcanzado desde que comenzó la serie en 1985.
Dar la vuelta a esta situación requiere de reformas profundas en el sistema de partidos encaminadas a desprivatizarlos, de modo que puedan volver a cumplir la función de intermediación, cooperación y utilidad que ahora no cumplen. ¿Se puede hacer algo en el cortísimo plazo para combatir esta percepción social? Pienso que sí.
Para empezar, se pueden acometer cuestiones de forma. Como defendían en estas páginas hace unos días Calvo y Arrieta (El Correo, 02.02.20), sería muy bueno celebrar debates entre los candidatos y candidatas en la Universidad. Seguro que las paredes de nuestro conocimiento imponen algo de raciocinio, mesura y capacidad de escucha en el debate. Sin duda, además, evitarían el hooliganismo al que son tan aficionados nuestros partidos en campaña, lo que dificulta el necesario pragmatismo en la búsqueda posterior de acuerdos relevantes.
Pero, además, entrando en el fondo, hace falta que la agenda no sea la de siempre. No deberíamos pasarnos los próximos meses discutiendo sobre nuestra historia pasada y sobre los pactos o coaliciones futuras.
El mundo está en plena transformación. Emergen potencias regionales que no contemplábamos hace apenas una década. Las desigualdades no parecen remitir en buena parte del mundo 'desarrollado'. Y los cambios tecnológicos, económicos y en la forma de relacionarnos son fuente de muchas cosas; entre ellas, de una gran incertidumbre sobre las pautas por las que nos regiremos en pocos años. No sabemos demasiado a ese respecto. Lo que sí sabemos es que serán pautas nuevas.
En demasiadas ocasiones, en Euskadi sacamos pecho porque estamos mejor que en otras partes de España. Sin embargo, eso no garantiza nuestro éxito colectivo ante el escenario descrito. En este sentido, sería bien interesante que uno de los debates importantes de la pre-campaña y campaña electoral vasca girase en exclusiva en torno a la innovación y el talento. Dos de las fortalezas de las que hacemos gala como país.
El porcentaje de PIB que dedicamos a la I+D no alcanza el 2% desde hace una década. Y aunque estamos en la cabeza de España, ocupamos la posición 132 de las 238 regiones de la UE que analiza la Comisión Europea para medir el índice de la innovación. Según este índice, una de nuestras debilidades comparadas es la gestión pública del I+D.
El índice sobre el talento que elabora la fundación para la innovación Cotec también nos sitúa en las regiones de cabeza, los segundos por detrás de Madrid. Sin embargo, Euskadi está a la cola en uno de los indicadores importantes: capacidad de atracción de talento. Presumimos de tener uno de los mejores sistemas educativos, las mejores universidades y una FP modélica. Pero no somos capaces de compensar las salidas de nuestra gente joven (después de haberlos formado con nuestros recursos) con las entradas de talento procedente del exterior.
¿Qué se ha hecho hasta el momento desde la Administración en materia de innovación? ¿Por qué no alcanzamos el 2% de inversión en I+D sobre el PIB desde 2010? ¿Qué estamos haciendo mal en materia de educación para que la gran inversión económica que hacemos no revierta en resultados académicos excelentes? ¿Qué acciones se han desarrollado para atraer talento a Euskadi? ¿Por qué no viene más gente preparada si tenemos unas condiciones de vida inmejorables? ¿Qué políticas (alternativas) se proponen en el corto y medio plazo en ambas materias?
Si buena parte de la conversación pública girase en torno a estos asuntos y si, además, los debates de pre-campaña y campaña se produjesen en la Universidad, sin los corsés y las obligaciones a los que está obligado cualquier medio de comunicación, el sentimiento de desafección bajaría. Sin duda.
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