Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Sí, las vidas de las personas ancianas importan mucho. Porque se les debe justicia por sus esfuerzos y sacrificios que sirvieron para mejorar las vidas de sus familias, así como la economía nacional, la modernización de la sociedad, el fortalecimiento del Estado del Bienestar y ... la consolidación de una buena imagen internacional del país. También importan porque en España la familia sigue siendo una institución sumamente valorada en todas las encuestas; no sólo por los lazos de afecto, sino también por sus funciones de apoyo económico material y afectivo cuando las circunstancias son adversas.
En la investigación sobre las relaciones familiares en Europa hemos constatado que si antiguamente los hijos adultos eran principalmente quienes proporcionaban apoyo económico a sus padres ancianos, en los últimos decenios son los padres mayores quienes en mayor medida proporcionan apoyo económico a los hijos adultos. Y además de las razones de justicia y valores tradicionales, también existen razones morales para proclamar que sus vidas son valiosas y nos importan. A toda edad, condición étnica o económico-social de que se trate, el ser humano tiene unos derechos y dignidad que nadie tiene derecho a conculcar. El primero, el derecho a la vida, porque es el que asegura el cumplimiento de todos los demás.
Unas élites formadas entre otros grupos por universitarios y del arte en general, personas con alma de pequeñoburgueses 'ilustrados' con remordimientos de conciencia de sus propias vidas, generaciones nacidas en las épocas de mayor bienestar de masas que se ha dado en la historia de la Humanidad en los países occidentales, están difundiendo unas modas de subversión social, de revolución política de señoritos, tantas veces importadas de sus odiados Estados Unidos y casi siempre contrarias a la globalización, pero con ansias salvadoras del ciudadano global. Puede ser consecuencia de esta era de lo breve, lo inmediato, lo efímero elevado a arte, de la simpleza y la trivialización de los valores sociales y morales tradicionales.
Deja de valorarse la honradez material e intelectual sobre todo, la importancia de la verdad como rectora de la acción, decae la repugnancia por la mentira como instrumento de subordinación de los ciudadanos, se pierde la vergüenza propia de científicos, intelectuales y otros de prostituir su saber y responsabilidad del conocimiento por dinero o por ansias de poder, cesa la exigencia a los políticos en las sociedades democráticas de buscar el bien común aun con su propio sacrificio si es necesario. El menosprecio de esos valores garantes de nuestra confianza en científicos y en políticos cada uno en sus funciones, que fortalece los principios democráticos, junto con el apoyo de ciertos medios de comunicación y las redes sociales, han llevado al auge de los sentimentalismos vanos y populismos y a que se impongan los contravalores que nutren el cerebro de tantas personas que no pueden luego soportar ser despreciadas por el rebaño. Urge inculcar en la familia y en la escuela el sentido crítico para que nuestros jóvenes sepan discernir qué mensajes conviene seguir y cuales no o incluso nunca, así como la valentía de ser siempre uno mismo y defender con ímpetu, que no con fanatismo, lo que se considera justo y recto en cada momento sin importar el qué dirán.
Las vidas de las personas ancianas importan, claro que sí, y siempre. Y hay que repetirlo porque esas vanguardias salvadoras de los movimientos posmodernos, cada día con un eslogan para no aburrirse, no se han interesado que yo sepa por la situación tan grave y socialmente interpelante de enfermedad y muerte de las personas ancianas durante la pandemia, cuya proporción del total es mayoritaria. Nadie ha hincado la rodilla por ellas quizá porque todavía el Gobierno no presenta el número de fallecidos en residencias, cuando resulta ya ineludible plantear un debate honrado sobre aspectos clave que deben ser resueltos de inmediato, ya que por los cambios demográficos la demanda de plazas residenciales será cada día mayor.
La coordinación sociosanitaria en la atención de las personas ancianas, demanda antigua de los profesionales, y el apoyo económico de la Administración a las residencias para su actualización en estos tiempos son inaplazables. Y, por favor, sin demagogias ni mentiras. Todavía hace unos días el vicepresidente y flamante ministro de Derechos Sociales, Pablo Iglesias, seguía repitiendo que la competencia era de las comunidades autónomas y que ellos habían dado 300 millones a las residencias. Este dato ha sido desmentido categóricamente por las patronales del sector, que desconocen el destino de ese dinero. De la competencia ya le recordaron otros parlamentarios que desde el 19 de marzo era exclusivamente suya. Nadie le ha preguntado por el avión con material sanitario que las asociaciones de residencias compraron y que les fue requisado en El Prat. El «mando único».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Fallece un hombre tras caer al río con su tractor en un pueblo de Segovia
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.