El empuje aterrador de la sexta ola en Euskadi no deja de deparar récords absolutos en casi dos años de pandemia. La más franca perplejidad continúa recibiendo los 6.568 nuevos positivos contabilizados el lunes, la tasa de incidencia de 2.285 y el sostenido ... aumento de los hospitalizados en planta y en UCI, por obra de una variante ómicron que en una semana ha triplicado su presencia entre los contagiados en el País Vasco y generado una situación dramática en nuestra Atención Primaria. Un desbordamiento de la primera barrera de lucha contra el coronavirus a cargo de un personal exhausto sobre el que ha caído en muy poco tiempo la responsabilidad de completar las sucesivas etapas del programa de vacunación, con la incorporación de los menores de 12 años y las dosis de refuerzo; el rastreo de contagios y contactos estrechos; y la realización de las PCR. Sin olvidar la campaña de inmunización contra la gripe estacional y todo el resto de incidencias sanitarias, en una tormenta perfecta que bien podía anticiparse por el panorama que padecía el resto de Europa.
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Contra la creciente amenaza, las administraciones coincidían en esgrimir el envidiable porcentaje de población con la pauta completa de vacunas contra el covid. Una defensa con lagunas en los sectores más expuestos a la aglomeración social en sucesivos periodos, el puente de comienzos de mes y las semanas navideñas, marcados en el calendario en rojo de peligro. Una advertencia insuficiente para activar la adopción de medidas ingratas en medio de la preocupación por favorecer la recuperación económica. Y que tampoco bastó para estimular la concertación política o territorial de acciones que ahora se revelan tardías, claramente lesivas para sectores concretos de actividad y decepcionantes para una ciudadanía convertida en administradora de su propia salud: a través de enrevesadas gestiones informáticas para hacerse con el pasaporte de vacunación o embarcada en la búsqueda de test de antígenos de imposible consecución o sometidos a la más cruda especulación. El cierre de locales a partir de la 1.00 hasta el 28 de enero, descartado hace solo unos días y adoptado ahora en puertas del fin de año, y la reducción por Osakidetza del rastreo únicamente a los casos positivos de riesgo hablan de una Administración sobrepasada por un adversario formidable, sí, pero también por su acreditada incapacidad para anticiparse.
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