La imagen del ertzaina Jon Ruiz Sagarna homenajeado por sus compañeros de la Brigada Móvil en Iurreta, 26 años después de que la kale borroka etarra estuviera a punto de matarlo en una emboscada con cócteles químicos en Rentería, no puede por menos que conmover ... ante todo lo que representa. Por el regreso a la vida, con el rostro descubierto, de aquel a quien la violencia terrorista condenó al infierno; por el acto de afecto tributado por otros agentes, muchos de ellos amenazados durante décadas por la barbarie; por el valor que ha de adquirir este reconocimiento para una sociedad vasca cuya entereza moral necesita recordar lo que sabe y conocer lo que aún no sabe del padecimiento de tantas víctimas. La coincidencia de este homenaje con la amarga polémica entre el hijo de José Ignacio Iruretagoiena y el PP, partido del que era concejal su padre cuando ETA lo asesinó hace 23 años, ha de subrayar lo esencial: que la verdad de lo que significó la sangría del terror, expresada a través de la voz plural de sus víctimas, debe resultar más audible para las generaciones futuras que el eco del terror y los verdugos. Unas víctimas diversas en su experiencia y testimonio que incluyen a Pili Zabala en su constante denuncia de los GAL.
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