El levantamiento a partir de esta medianoche de las restricciones más severas deja como nunca la lucha contra el virus en manos del compromiso cívico de cada ciudadano
el correo
Sábado, 8 de mayo 2021, 00:10
Euskadi deberá afrontar la pandemia a partir de esta medianoche sin confinamientos ni toque de queda. Esas excepcionales medidas, que se han revelado eficaces para reducir la interacción social y, por tanto, el riesgo de contagios, decaen con el estado de alarma que Pedro Sánchez, ... en una actitud huidiza de difícil justificación, se ha negado a prorrogar sin ofrecer a cambio a las comunidades herramientas legales alternativas. El Gobierno vasco era firme partidario de mantenerlas y así lo ha intentado en vano. Pero el Tribunal Superior, al que elevó una consulta previa, le ha frenado en seco al establecer que, sin ese paraguas constitucional y con las leyes ordinarias vigentes en la mano, no es posible restringir derechos fundamentales. El auto judicial propicia un revés mayor del esperado al Ejecutivo PNV-PSE al no aceptar tampoco la fijación de un máximo de personas en las reuniones grupales, al que la Fiscalía había otorgado su visto bueno. Una iniciativa que, por el contrario, los jueces de Baleares y la Comunidad Valenciana sí han avalado, al igual que el cerrojazo nocturno desechado en el País Vasco. La perplejidad expresada ayer por el lehendakari ante unas resoluciones tan contradictorias refleja el sentir mayoritario de la sociedad.
El levantamiento del estado de alarma, con sus efectos colaterales, obligaba al Gobierno vasco a adecuar a la nueva situación su estrategia para contener el virus. Lejos de endurecer las restricciones en el ámbito de sus competencias a fin de compensar el restablecimiento de la libre movilidad, el Ejecutivo optó por retrasar hasta las diez de la noche el cierre de la hostelería, el comercio y los eventos culturales. Detrás de ese balón de oxígeno para sectores muy zarandeados por la crisis sanitaria es inevitable intuir una extensión a las instituciones de la comprensible fatiga pandémica que azota a la ciudadanía tras catorce meses de sacrificios. Es como si Iñigo Urkullu, cuya figura se ha visto desgastada en este tiempo, hubiera optado por aliviar la presión social al verse empujado por el escapismo de Sánchez y la firmeza de la Justicia, y harto de aparecer como heraldo o responsable de hechos negativos. No resulta baladí que su cambio de estrategia sea inmediatamente posterior al terremoto político causado por el 4-M en Madrid con el covid como telón de fondo.
El hecho de que los poderes públicos hayan abierto la mano no puede malinterpretarse en modo alguno como un indicio de que la emergencia sanitaria está superada. Pese a la mejora de los últimos días, Euskadi mantiene la mayor tasa de contagios de toda España y unos preocupantes niveles de hospitalización y ocupación de las UCI. Los legítimos anhelos de la población de recobrar una cierta normalidad, que se ven ahora satisfechos, han de ser compatibles con el ejercicio de responsabilidad individual y compromiso colectivo al que apeló ayer el lehendakari. Suprimidas las restricciones más severas, el control del covid depende como nunca de que cada ciudadano haga un uso maduro de la libertad que recupera a partir de esta medianoche y cubra así los vacíos que el final del estado de alarma deja en la lucha contra la pandemia.
La crisis se encuentra en la recta final. Las próximas semanas serán cruciales para frenar los contagios y dar un salto significativo en la vacunación. Toca un último esfuerzo. El nuevo panorama presenta riesgos que sería insensato ignorar y que solo podrán ser superados con la colaboración de todos.
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