Cuando están a punto de cumplirse diez años desde que una ETA derrotada por el Estado de Derecho anunció el cese definitivo de las armas, la comprensible tentación de pasar página sobre un tenebroso pasado no puede sepultar en el olvido la trágica historia reciente ... de nuestro país en la que una minoría fanatizada intentó imponer su totalitarismo a través de la barbarie. Recordar el profundo sufrimiento y los ataques a las libertades más básicas causados durante décadas por el fundamentalismo asesino es una exigencia moral, aparte de un ejercicio de dignidad y justicia. El Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, inaugurado ayer por los Reyes en Vitoria, nace con ese loable objetivo, para rendir tributo a los damnificados y transmitir su legado a las nuevas generaciones a fin de que prevalezca un relato ajustado a la verdad y no vuelva a repetirse una experiencia tan cruel e ignominiosa. Mirarse en ese espejo retrovisor puede resultar poco agradable, pero es necesario para una sociedad que quiera edificar una convivencia en paz sobre los sólidos pilares de la realidad.
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La presencia de Felipe VI, doña Letizia, el presidente del Gobierno y el lehendakari dio realce a una ceremonia sobria. En ella, el jefe del Estado hizo énfasis en las víctimas como «uno de los pilares éticos» de la democracia y «símbolo de la defensa de las libertades». Su llamamiento a preservar su memoria para evitar cualquier legitimación de la violencia es singularmente oportuno cuando la izquierda abertzale sigue empeñada en 'blanquear' a ETA y todavía se resiste a condenar la injusticia de sus crímenes.
A través de objetos diversos, audiovisuales y una contextualización histórica sin estridencias, el Memorial se detiene en los distintos terrorismos que ha padecido España desde 1960, desde los Grapo al yihadista o el parapolicial, aunque con especial hincapié en el etarra. La recreación del minúsculo zulo en el que permanecieron secuestrados Ortega Lara y Julio Iglesias Zamora, en el que entraron los Reyes, refleja con toda nitidez hasta qué extremo puede llegar la vileza cuando el odio se impone a cualquier sentimiento humano. La desgarradora experiencia emocional resumida en los testimonios de más de un millar de víctimas completa un indispensable material pedagógico para inducir a la reflexión colectiva sobre los destrozos provocados por un horror que ha de ser erradicado para siempre.
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