A los estragos causados por el desbocado encarecimiento de la electricidad se ha unido la subida del precio de los carburantes hasta récords históricos, una escalada cuyo cese nada hace presagiar a corto plazo. Llenar el depósito de gasolina o diésel cuesta entre un 25% ... y un 30% más que hace un año, lo que, aparte de penalizar el bolsillo de los automovilistas, es otro factor que presiona al alza de la cesta de la compra al disparar el gasto en el transporte de todo tipo de productos. El fuerte ascenso del petróleo solo explica en parte tal repunte: los 90 dólares a los que cotiza el barril de Brent están muy lejos de su récord de 146 en julio de 2008. Unos mayores márgenes comerciales en la distribución y el incremento de impuestos también han impulsado una subida de las gasolinas a la que no son ajenos el empuje del consumo tras la recuperación económica, la restricción artificial de la producción de los principales países exportadores para elevar sus ingresos y cuestiones geoestratégicas. En esas circunstancias, y sin que el coste de la luz dé tregua, se complica sobremanera el control de una inflación disparada que lastra el crecimiento y castiga el poder adquisitivo de millones de españoles.
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