Las fuertes precipitaciones desatadas a partir de la madrugada del jueves sobre el oeste de Alemania y el sur de Bélgica, y en menor medida sobre otros países fronterizos como Holanda, Suiza o Luxemburgo, y su consecuencia de devastadoras inundaciones mantienen en 'shock' a los ... miles de damnificados. Estremece el balance de víctimas mortales, que ayer se elevó a 190 fallecidos y que se teme que aún crecerá por los cientos de desaparecidos; y el alcance del daño en infraestructuras de comunicación, servicios básicos como la electricidad y el agua potable, además de hogares y negocios. La magnitud de la tragedia llevó a la canciller alemana directamente del avión en el que volvía de su amargo viaje a EE UU a caminar entre la destrucción del pueblo renano de Schuld. Allí prometió ayudas multimillonarias que no tardarán en llegar en una nación capaz de sumar esta catástrofe a la lucha contra la pandemia. Sobre el terreno, Angela Merkel pidió «actuar mejor y más rápidamente contra el impacto del cambio climático». Y fue dolorosamente consciente de que los mejores planes de futuro tienen una asignatura urgente, en su país y en todo el mundo: la preparación adecuada para atender como se merecen las alertas meteorológicas y afrontarlas con procedimientos efectivos de evacuación en zonas muy urbanizadas e inundables.
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La profesora de Hidrología en la Universidad británica de Reading Hannah Cloke habla de «fallo monumental del sistema» para definir una situación que convirtió las carreteras en ríos en los que flotaban cadáveres y llevó a decenas de víctimas a buscar refugio en sótanos que se convirtieron en su tumba. Cualquier estrategia tendrá los pies de barro si no contempla una exhaustiva revisión de las construcciones próximas a zonas fluviales, muy expuestas ante un calentamiento global que multiplica los episodios extremos. Los expertos tardarán «semanas» en determinar la incidencia concreta de la crisis climática en estas riadas, pero no ocultan su alarma por lluvias devastadoras y olas de calor cada vez más frecuentes. Prepararse para sus efectos exigirá enormes inversiones, determinación política y verdadero liderazgo. Es lo que examinarán los alemanes en su cita electoral del 26 de septiembre, en la que aún se recordará que el delfín de Merkel, Armin Laschet, fue capaz de encontrar algún motivo para la risa entre la destrucción de Renania del Norte-Westfalia, el Estado que ahora preside.
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