La crisis interna en Ciudadanos, personificada por Inés Arrimadas y Edmundo Bal, ha dado lugar a un proceso de elección de sus nuevos líderes por parte de toda la afiliación con un resultado muy elocuente. Un resultado que no permite hablar de «refundación». Menos de ... la mitad de sus 7.642 integrantes tomaron parte en la disyuntiva entre la candidatura de Patricia Guasp, secundada por la hasta ahora presidenta, y la encabezada por el portavoz en el Congreso. La dirigente balear ganó con el 53,25% de los votos, frente al 39,34% de Bal y el 7,41% del tercer aspirante, Marcos Morales. La fórmula vencedora supone que se hará cargo de la dirección política del partido, con Arrimadas como referente parlamentario y el eurodiputado Adrián Vázquez en calidad de secretario general.
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Todos los protagonistas de la contienda han llamado a la unidad con mayor o menor entusiasmo. Pero la crisis fundamental que atraviesa Ciudadanos no es esa interna, sino la externa. La que confronta a la formación fundada por Albert Rivera junto a otros que ya no están, heredada por Arrimadas en circunstancias muy difíciles y que ahora pasa a manos de Guasp y Vázquez con una desesperada situación partidista y electoral en la que su propia supervivencia política está en entredicho tras una sucesión de mayúsculos reveses en las urnas y fuga de cuadros que la han dejado agonizante y sumida en la irrelevancia. El impulso centrista, liberal, regenerador y constitucionalista inicial ha quedado, además, en entredicho a medida que Rivera primero y Arrimadas después se hicieron a un lado. Mientras, la polarización que la marca naranja no logró evitar en su momento achica el espacio para opciones que pretendan superarla de manera voluntarista.
Guasp declaró ayer que había sido un error mantener al PP como «socio preferente». Así es. Pero su consideración resulta tan tardía que a estas alturas carece de significado. A Ciudadanos le costará tanto conservar alguna representación en las convocatorias del nuevo ciclo electoral que su pretendida refundación para navegar con rumbo propio, inspirada en los principios con los que vio la luz, se antoja una quimera de imposible realización. Por ello, no debería excluir un debate interno inmediato sobre la eventualidad de presentarse bajo o junto a otras siglas. Lo contrario pronostica una disolución de facto a medida que se abran las urnas.
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