Fantasía afgana

- EDITORIAL - ·

Con la vuelta al poder de los talibanes termina la ficción de un impulso democratizador en la invasión del país hace dos décadas

El Correo

Domingo, 22 de agosto 2021, 00:01

La caída de Afganistán en poder de los talibanes lleva una semana estremeciendo al mundo, que asiste en directo al desmoronamiento de la operación 'Libertad duradera' y al fracaso de Occidente en las montañas y desiertos donde ya antes se estrellaron los intentos de control ... por parte del Imperio británico y la Unión Soviética. Entre la conmoción por las imágenes que llegan del aeropuerto de Kabul, escenario del desesperado intento de huida de miles de civiles abandonados por su Gobierno a la veleidad de los integristas, el artífice de la invasión en octubre de 2001 y de la gestión del país en las últimas dos décadas resolvió terminar con una ficción, la de que EE UU y su aliados perseguían rescatar a los afganos de las garras del fundamentalismo islamista para encaminarlos hacia la democracia. Entre reproches por la negativa de las fuerzas armadas y de seguridad locales a «luchar por su país», el presidente Joe Biden dijo alto y claro que Washington solo buscaba asegurarse de que no recibiría un nuevo ataque terrorista gestado y amparado en suelo afgano. O en la porosa frontera con Pakistán, porque fue este país donde en mayo de 2001 el ejército estadounidense pudo vengar a las más de 3.000 víctimas del 11-S. La expulsión de los talibanes del poder se había producido por su negativa a entregar a Osama bin Laden, al que cobijaba ahora un Estado 'amigo' de los norteamericanos y beneficiario de su generosa asistencia militar. La aventura de la coalición occidental habría podido concluir hace diez años, y con ella la fantasía democratizadora.

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Pero este revestimiento resultaba útil como legitimación ante las opiniones públicas y servía para reclamar tiempo para un proceso de construcción de instituciones democráticas que prefirió crear una burbuja económica y política en Kabul que desatendió las necesidades de la periferia rural: la supervivencia y la seguridad. Los ocupantes podían vender como éxitos la existencia de un Gobierno prooccidental, la creación de infraestructuras públicas, la creciente escolarización de las niñas y la incorporación de las mujeres al mundo laboral. Mientras ignoraban las divisiones tribales, toleraban el fraude electoral y la corrupción desenfrenada de las autoridades locales y la única industria floreciente era la producción de opio. Los talibanes mandan ahora sobre un país diferente pero dependiente de la ayuda internacional y expuesto a la codicia de ambiciosos vecinos.

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