La muerte de al menos 23 inmigrantes en el masivo y violento salto de la valla en Melilla, según las cifras del Gobierno de Rabat que la principal ONG local eleva a 27, constituye una tragedia de tal envergadura que requiere, en primer término, condolerse ... por semejante desenlace y, después, mostrarse exigente con Marruecos. Es un hecho constatado no solo en suelo norteafricano, sino en otras partes del planeta, cómo las mafias trafican con las ansias de prosperar y la desesperación de miles y miles de migrantes. Pero también lo es que el reino alauí ha modulado en otras ocasiones su respuesta a los intentos de cruzar la frontera a través de las ciudades autonómas españolas, con el ejemplo más flagrante en la llegada multitudinaria y sin control de hace un año a Ceuta en plena crisis diplomática. Y lo es, asimismo, que el respeto a los derechos humanos no es escrupuloso. Si las imágenes difundidas extraoficialmente para dar cuenta de la dimensión del drama ya resultaban lacerantes, el elevado número de víctimas y su apresurado entierro para sepultar lo ocurrido interpelan al Ejecutivo de Sánchez a mostrarse menos condescendiente con sus renovados aliados marroquíes.
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