Luis Rubiales estaba moralmente inhabilitado para permanecer en su cargo desde que, en un repugnante abuso de poder, apresó por la nuca a la futbolista Jenni Hermoso, la atrajo hacia sí y la besó en la boca tras la histórica gesta de la selección femenina ... al proclamarse campeona del mundo. Minutos antes quedó retratado su estilo soez al agarrarse de forma ostentosa los genitales en el palco de autoridades. No contento con esos inadmisibles comportamientos, el todavía presidente de la Federación, en una grosera exhibición de prepotencia y chulería, acusó ayer de mentir a su víctima, se disfrazó de tal al denunciar un presunto «asesinato social» orquestado contra él y se atrincheró en el puesto frente al clamor institucional y social que exige su dimisión. Esa resistencia y la gasolina que echó al fuego sin rubor solo añadirán ruido a su inexorable relevo de una responsabilidad en la que no puede continuar bajo ningún concepto.
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El Gobierno activó ayer los trámites para apartarle de forma inmediata al presentar una denuncia por «falta muy grave» ante el Tribunal Administrativo del Deporte por lo que «debe ser el MeeToo del fútbol español». Mientras, Rubiales quedaba en evidencia al proclamar Jenni Hermoso que el beso «no fue consentido», 55 compañeras -entre ellas, las campeonas del mundo- le acusaban de «atentado contra la dignidad de las mujeres» y anunciaban que no volverán a la selección si se mantienen los actuales dirigentes y se registraba una cascada de dimisiones de directivos territoriales. El esperpéntico discurso del presidente ante los fieles que le quedan, incluida una insólita oferta de renovación en público al seleccionador femenino aireando su sueldo futuro y el actual, que se verá triplicado, obliga a preguntarse en qué manos ha estado la Federación y explica los sórdidos escándalos que la han salpicado.
Así como este lamentable caso ha eclipsado la hazaña del domingo, su desenlace constituye una victoria adicional para las jugadoras que lo hicieron posible. El fútbol español, sin embargo, no tiene motivos para sentirse satisfecho. Ha sido clamoroso el silencio mantenido durante días por clubes y deportistas de élite, que solo han alzado la voz cuando Rubiales estaba contra las cuerdas por la presión social y política. El machismo no puede tener cabida en nuestra sociedad. Tampoco en los estadios. La vergüenza para todo el país que ha supuesto este bochornoso espectáculo no se puede repetir.
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