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Es un signo de inteligencia abandonar las más altas responsabilidades públicas cuando quienes las ejercen llegan en un determinado momento a la íntima convicción de que echarse a un lado, aunque nadie se lo exija, resulta la mejor manera de satisfacer su vocación de servicio ... a los demás. La última reina de Europa, Margarita II de Dinamarca, abdica hoy cuando se cumplen 52 años de su acceso al trono. Lo hace sin cumplir su reiterada consigna de que «reinar es un trabajo y un deber para toda la vida», aquejada de problemas salud y con la Monarquía en máximos de popularidad en el país, donde su prolongada gestión y su sorprendente renuncia, anunciada en el discurso de Nochevieja, cuentan con un apoyo social de entre el 80% y el 90%, según las encuestas. También el sucesor, su hijo Federico X, quien pese a ello deberá ganarse día a día la confianza y el respeto de sus ciudadanos con un comportamiento ejemplar que mantenga el sólido prestigio adquirido por la Corona danesa en el último medio siglo. Los recientes deslices de varios miembros de la familia real suponen un riesgo de desgaste después de que el buen hacer y la cercanía de Margarita II sedujeran incluso a los republicanos.
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