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La irrupción mortal de un vehículo entre la multitud que festejaba el Año Nuevo en la famosa calle Bourbon de Nueva Orleans, solo once días después del arrollamiento de los visitantes de un mercado navideño en Magdeburgo, estremece por el número de fallecidos y heridos, ... y porque desbarata en un instante cualquier ilusión de seguridad en un mundo que día a día ve multiplicadas las amenazas a la vida y la libertad. La reacción de dolor y de solidaridad con las víctimas se acompaña en ambos casos de desconcierto por el perfil de los supuestos autores, a los que resulta difícil aplicar un manual al uso. Y la desorientación se apodera también de las autoridades, como quedó patente en el crimen de ayer cuando el FBI pasó en minutos de descartar un atentado a anunciar una investigación por un caso de terrorismo. En un tiempo en el que las redes sociales contribuyen a enturbiar aún más el río revuelto de los primeros momentos, el mundo político renuncia deliberadamente a esperar las investigaciones y corre a imponer un relato que sirva a la propia agenda. El apresurado vínculo establecido por Donald Trump entre el ataque en Luisiana y la inmigración solo azuza el extremismo.
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