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El fuerte aumento de las patologías mentales es uno de los principales efectos colaterales de la pandemia. Junto a los cuadros de ansiedad y depresión, sobresale el ascenso de los trastornos de la conducta alimentaria. Las consultas por este motivo han crecido un 72% en ... Euskadi tras el estallido del covid. Los ingresos en los hospitales vascos por causas relacionadas con la anorexia y la bulimia se han multiplicado por cuatro desde 2016. En 2021 sumaron 359. Nueve de cada diez corresponden a mujeres; en su inmensa mayoría, adolescentes. De hecho, más de una cuarta parte de los nuevos pacientes psiquiátricos atendidos por Osakidetza el pasado año eran menores de edad. Estos datos ilustran la creciente dimensión de un problema que requiere una respuesta acorde a su gravedad.
Desbordada por la explosión de casos, la Sanidad pública se ha visto obligada a rectificar su línea de actuación para afrontar con mayor eficacia una inquietante realidad a la que destina unos recursos manifiestamente insuficientes. La consejera de Salud, Gotzone Sagardui, anunció ayer la apertura de dos unidades específicas en Bizkaia y Álava que supondrán «un salto cualitativo» en el abordaje de esas enfermedades de forma integral con la atención intensiva que precisan. El Gobierno vasco satisface así una reiterada demanda de los afectados y sus familias, que hasta ahora había desoído. La alarmante proliferación de casos y la confirmación de que constituyen trastornos mentales graves por sus consecuencias psicológicas y físicas explican un viraje tardío, pero necesario. A falta de conocer su dotación de especialistas y medios, la puesta en marcha de ambos servicios debe ayudar a la detección precoz de esas patologías -un factor que ayuda a combatirlas con éxito- y a mejorar de forma sustancial su tratamiento.
La anorexia y la bulimia exigen una adecuada respuesta sanitaria, pero también social. Aunque los detonantes sean en numerosos casos problemas de convivencia en el ámbito familiar, su vertiginosa expansión no es ajena a los estrictos estereotipos imperantes sobre el cuerpo que, en edades proclives a la fragilidad emocional, pueden derivar en la búsqueda de la perfección a través de una relación tóxica con la comida de nefastas consecuencias. Educar en valores que vayan más allá de las apariencias es también una forma de luchar contra un problema de salud pública que es preciso atajar con determinación.
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