La reunión de los BRICS, con Vladímir Putin como anfitrión, Irán como participante estrella y la hiriente presencia para Ucrania del secretario general de la ONU, adquiere connotaciones que no pueden separarse ni de la guerra desatada por el Kremlin ni de la escalada bélica ... en Oriente Próximo, a la que Teherán no es en absoluto ajeno. Al margen de que China, India, Brasil o Sudáfrica puedan encontrar en este foro aspiraciones económicas puntualmente coincidentes. El líder ruso no ha desaprovechado la ocasión de disfrazar su aislamiento detrás de un salvavidas que no le reportará más apoyo militar del que ya recibe de sus amigos iraní, chino o norcoreano. Moscú difunde que, con sus asociados, disputará la hegemonía a las democracias del G7 gracias a su PIB y población conjuntos. Pero, a la hora de aportar soluciones, las potencias desarrolladas ofrecen una cohesión operativa infinitamente mayor que la que brinda la concurrencia temporal de intereses divergentes. Bajo el discurso de la no alineación, economías de Estado persiguen objetivos que nada tienen que ver con las aspiraciones que laten en naciones emergentes que optan por tratar de moverse en su órbita alternativa.

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