Los líderes de la UE han empezado a negociar el reparto de los principales cargos de las instituciones comunitarias, un puzle sujeto a delicados equilibrios políticos, geográficos y de género. La democristiana Ursula von der Leyen y la conservadora maltesa Roberta Metsola parten como favoritas ... para repetir al frente de la Comisión y del Parlamento Europeo; el socialista portugués António Costa gana enteros para presidir el Consejo Europeo y la liberal estonia Kaja Kallas como alta representante de Política Exterior. Estos nombramientos, encarrillados pero no resueltos por el malestar de la ultra Giorgia Meloni -arrinconada en el proceso de diálogo- y de varios países pequeños, se verán completados con el reparto de carteras del Ejecutivo de Bruselas, en el que Italia y Francia exigen responsabilidades de primer nivel. Su composición precisa el aval de una Eurocámara en la que las familias ideológicas en las que se ha basado la construcción de la Unión conservan una ajustada mayoría y la extrema derecha ha ganado peso.
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Los recelos que suscitó Von der Leyen por su disposición en campaña a aceptar como socia a Meloni parecen superados. Como los problemas judiciales de Costa, un referente del socialismo europeo que dimitió como primer ministro al ser investigado por escándalos de corrupción, pero sobre el que se han desvanecido las sospechas. La pretensión del PPE de ocupar ese puesto durante medio mandato para visibilizar su triunfo el 9-J es poco operativa, desproporcionada y dificulta el pacto. Resulta significativo el entusiasta apoyo del Gobierno conservador portugués a esa candidatura, una circunstancia impensable en la polarizada España actual.
Los extraordinarios retos a los que se enfrenta la UE aconsejan un pacto equilibrado a la mayor brevedad, extensible al Colegio de Comisarios y a su programa para los cinco próximos años para avanzar en la integración comunitaria. La lucha por las carteras más relevantes se presume enconada. España pretende situar a Teresa Ribera en un potente departamento vinculado al clima. La incuestionable influencia en la Unión de Pedro Sánchez es una magnífica baza de partida. No obstante, el repliegue sobre los ambiciosos objetivos del Pacto Verde amagado por Bruselas en los últimos meses y la nueva composición de la Eurocámara auguran una política ambiental menos ambiciosa que la patrocinada por la vicepresidenta y un protagonismo inferior de ese área.
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