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La detención hace tres días del alcalde de Estambul, Ekrem Imamoglu, ha provocado una convulsión política en Turquía. Sobre el arrestado, carismático y popular, pesan ... acusaciones de «corrupción» y «colaboración con el terrorismo». La formación a la que pertenece, el Partido Republicano del Pueblo (CHP), lidera la oposición a Recep Tayyip Erdogan y se proponía elegir mañana a Imamoglu como su candidato a la presidencia. Las elecciones no están previstas hasta 2028 y Erdogan habría agotado para entonces los dos mandatos que le autoriza la Constitución. No se descarta que intente en algún momento una reforma para eternizarse en el cargo, si consigue una mayoría de la que ahora carece. Tampoco que haya considerado llegada la hora de frenar el ascenso del que sería su gran rival, y mucho más joven, por lo que el momento de apartarlo de la circulación no sería casual. Además, se produjo al día siguiente de serle retirado su título universitario, sin el que no podría aspirar a la jefatura del Estado.
La Justicia que el presidente turco proclama «independiente» deberá resolver sobre los delitos que se atribuyen a Imamoglu y un centenar de colaboradores también detenidos estos días. Pero el movimiento contra el cabeza de cartel del CHP preocupa a la Unión Europea, que reclama a Turquía un «compromiso claro» con la democracia. Y organizaciones de derechos civiles como Human Rights Watch no dudan en atribuir «motivación política» al arresto del considerado bestia negra de Erdogan desde que arrebató, y en dos ocasiones, la Alcaldía de Estambul al partido del presidente, el islamista moderado AKP.
Multitudinarias protestas se registran en los últimos días en grandes ciudades como Estambul, Ankara o Esmirna, aunque están prohibidas y dificultadas con cierre de vías y bloqueo de cuentas digitales que llaman a la movilización. Su magnitud recuerda a las del parque Gezi en 2013, reprimidas entonces con extrema dureza. A diferencia de aquel episodio, en esta ocasión también el CHP llama a salir a las calles. Y el clima económico es más adverso, con alto desempleo y una población joven sin horizontes a la que los logros geopolíticos de Erdogan, actor clave en escenarios calientes como Oriente Próximo y Ucrania, no les dicen nada. El líder turco afronta una dura prueba. De cómo gestione la crisis dependerá si Occidente lo sigue viendo como autoritario pero necesario o lo encuadra como un autócrata al estilo ruso.
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