Una eficaz labor de oposición necesita credibilidad, que tiene como enemigos las desaforadas exageraciones y el tono hiperventilado. La postura del Gobierno en la crisis venezolana presenta flancos susceptibles a la crítica. El documento firmado por Edmundo González en la Embajada española en Caracas «bajo ... coacciones» de dos cabecillas del chavismo da pie a exigir explicaciones a Pedro Sánchez y al ministro de Exteriores. Pero acusar por ello al Ejecutivo, como ha hecho el PP, de complicidad en «un golpe de Estado» para blindar a Nicolás Maduro en el poder con un pucherazo y de forzar el exilio del candidato opositor -ganador en las urnas, según todos los indicios- en «connivencia» con un «dictador» es un salto en el vacío carente de base e impropio de un partido serio. El escrito en el que González niega que el Gobierno ejerciera «ningún tipo de presión» contra él deja a los populares al desnudo. Excesos tremendistas de este tipo, repetidos con tozuda torpeza, restan verosimilitud a otros reproches mejor fundados cuando, salvo en la retórica y en la oportunidad de reconocer ahora al «presidente electo» de Venezuela, las posturas del PP y el PSOE en este asunto son conciliables.
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