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La comisión creada por la Diócesis de Bilbao para investigar presuntos abusos a menores por parte de religiosos presentó ayer un informe que ofrece datos ... reveladores, a la vez que ilustra sobre las dificultades para arrojar luz en torno a repugnantes agresiones gravemente atentatorias contra la dignidad humana perpetradas hace décadas y que han arruinado las vidas de víctimas indefensas, mientras responsables eclesiásticos miraban hacia otro lado y mantenían un silencio cómplice. Como era inevitable, sus conclusiones retratan solo en parte una nauseabunda realidad ante los obstáculos impuestos por el paso del tiempo y por la negativa de numerosos damnificados a hablar con los encargados de las pesquisas, bien sea por desconfianza o para no rememorar el infierno que sufrieron. Aún así, los testimonios del medio centenar que han accedido a revelar sus traumáticas experiencias y las averiguaciones realizadas a partir de ellos confirman tanto la extendida actividad de pederastas en el entorno de la Iglesia vizcaína entre los años 50 y 70 del pasado siglo como una actitud poco ejemplar de esta en su persecución. El «perdón sincero» reiterado ayer por el Obispado, que será visualizado en una insólita ceremonia con ese objetivo en marzo, y su firme propósito de reparar las heridas causadas y acompañar en cuanto necesiten a los afectados por unos hechos «intolerables» representan pasos en la dirección correcta.
Las investigaciones señalan a 34 depredadores sexuales entre religiosos de varias congregaciones y sacerdotes diocesanos. De estos últimos, los 14 identificados ya han fallecido. Tres casos han sido trasladados a la Fiscalía. Uno de ellos está archivado provisionalmente y los otros han prescrito, lo que puede resultar decepcionante al asegurar la impunidad de los culpables, pero no extraño por el tiempo transcurrido desde que se produjeron los hechos y el espeso manto de silencio que ha envuelto este escándalo.
Las víctimas no reclaman ni reparaciones penales ni indemnizaciones económicas. Pero exigen, con toda razón, el reconocimiento de los abusos, una petición de perdón y tolerancia cero para que no vuelvan a repetirse. Que resplandezca la verdad es un derecho que les asiste y lo menos que puede ofrecerles una sociedad democrática. La Iglesia, tan necesitada de ganar credibilidad, debe ser la primera interesada en ello no solo por su responsabilidad en este caso, sino en cumplimiento de la doctrina que predica.
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