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El preacuerdo por sorpresa anunciado ayer por la patronal CEOE y los sindicatos CC OO y UGT sobre el cuadro salarial que orientará la negociación colectiva para este año y los dos próximos representa el saludable regreso de un fructífero diálogo social, además de un ... entendimiento que debe contribuir a la recuperación y la estabilidad de la economía española. El pacto es fruto de unas conversaciones discretas en las que ambas partes, pese a sus diferencias y encontronazos públicos, han sido capaces de llegar a un punto de encuentro tras cesiones mutuas en aras del interés general; una actitud que se echa en falta en el terreno político y que en Euskadi choca con la estrategia de confrontación liderada por ELA y dominante en las relaciones laborales.
El documento que servirá de referencia para la discusión de los convenios recoge subidas salariales del 10% en los tres próximos ejercicios, más una cláusula de revisión de hasta un 1% anual. Su contenido otorga, en principio, un margen suficiente para garantizar el poder adquisitivo de los trabajadores, seriamente dañado en los últimos meses. La mejoría de las perspectivas económicas permite ese esfuerzo a las empresas, cuya competitividad depende, entre otros factores, de un consumo vinculado a la capacidad de compra de las familias. El respiro que se ha tomado la escalada de la inflación ha facilitado el consenso a costa de que los sindicatos rebajaran sus reclamaciones anteriores después de que, hace ahora un año, se frustrara el último intento de renovar el acuerdo nacional que expiró en 2020.
CC OO y UGT han corregido drásticamente en tan solo cuatro días los mensajes que acapararon el 1 de Mayo, en el que advirtieron de una oleada de huelgas si la patronal no se avenía a un consenso sobre los salarios. El alcanzado ayer demuestra que los actores del diálogo social estaban mucho más cerca del entendimiento de lo que Unai Sordo y Pepe Álvarez dieron a entender el lunes. La noticia es tan positiva que no da lugar a reproches. Pero obliga a revisar procederes porque los propios trabajadores serán los primeros desconcertados por tan pronta superación de diferencias que parecían abismales. El sindicalismo habrá de modular sus estrategias de manera más comedida, ya que su función constitucional y su necesidad histórica para asegurar un país igualitario dependen de una representatividad que puede resentirse seriamente si oscila entre el drama y el pacto.
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