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La expulsión de Nicolás Redondo del Partido Socialista no es una anécdota. Es un síntoma, entre otros muchos, de las dificultades que atraviesan las formaciones políticas para conciliar pluralidad y cohesión, disposición a abrirse a la sociedad liberándose de unas u otras rémoras ideológicas y, ... a la vez, mostrarse como instrumentos capaces de ofrecer y desarrolar una política inequívoca. Ayer Pedro Sánchez prometió en la sede de la CEOE, a la que acudía sobre todo en su calidad de presidente de turno del Consejo Europeo, «un proyecto de progreso y de convivencia, que garantice la estabilidad del país y que sea plenamente coherente con la letra y el espíritu de la Constitución». La idea misma de gobernar con y para la mitad del arco parlamentario durante prácticamente diez años descentra a las instituciones de un Estado compuesto, cuando la otra mitad se encuentra además al frente de muchas de ellas. Hasta tal punto que los efectos de la polarización se sienten, antes que nada, en los partidos. Sometidos a una dinámica de hechos consumados que anula cualquier pretensión de discutir siquiera internamente sobre el tema.
El enredo entre una o dos investiduras así lo atestigua, con Feijóo y Sánchez tratando de hallar sus respectivos roles. Nuestra monarquía parlamentaria es, a fin de cuentas, un sistema de partidos que concurren a las elecciones con listas cerradas. Es así hasta para el municipio más pequeño. A consecuencia de la crisis financiera de 2008, ese sistema pareció tambalearse con el auge de la 'nueva política' y su cuestionamiento de las formaciones tradicionales a partir de 2015. Pero todo se fue reduciendo al mismo patrón anterior, hasta acabar realzando los liderazgos unipersonales, la obediencia debida y la obtención de los mejores resultados posibles. La disidencia interna es un mero capricho mientras los partidos tienden a encerrarse en sí mismos, al tiempo que recurren una y otra vez a la improvisación. A la espera de que observadores externos narren todo cuanto suceda -todo cuanto les suceda a los partidos- como muestra de una inteligencia estratégica más que admirable por parte de sus dirigentes. También el encuentro de ayer de Andoni Ortuzar con Carles Puigdemont en Bruselas pasará a los anales. Pero es inevitable que cada vez más ciudadanos perciban la política hoy como un espacio sin control ni garantías para los administrados. Especialmente tras el 23-J los partidos aparentan ser más siendo en realidad menos.
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