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La Ertzaintza es una de las principales señas de identidad del autogobierno vasco. Una institución que ha sabido ganarse con su buen trabajo la confianza de la ciudadanía y el alto prestigio profesional del que goza. También es desde hace años un persistente foco de ... conflicto entre los sindicatos y sus responsables políticos que ha llegado demasiado lejos. La tensión entre ellos ha escalado hasta cotas desconocidas que urge rebajar antes de que desencadene consecuencias indeseables. Del enfrentamiento extremo entre ambas partes da fe la acusación de «declarar la guerra» al Cuerpo lanzada ayer al unísono contra el lehendakari y el Ejecutivo que preside por las centrales Erne, Esan, Euspel y Sipe después de que Iñigo Urkullu advirtiera de que la Policía autonómica «no puede permitirse el lujo de perder el respeto de la sociedad» a la que se debe con actitudes que, a su juicio, vulneran los valores que han de guiar su actuación. Esas palabras fueron pronunciadas horas después del expediente abierto a un mando por permitir que una concentración de agentes paralizara el tranvía de Vitoria y cuando planea la amenaza de un boicot al Tour de Francia, que partirá de Bilbao el 1 de julio.
Es hora de abordar con decisión el creciente malestar interno en la Ertzaintza, alimentado por el bloqueo en la renovación del acuerdo que regula las condiciones de trabajo y el hartazgo de una plantilla con cientos de plazas sin cubrir por una falta de planificación tan injustificable como algunas carencias de recursos materiales. Aun cuando su realidad laboral esté necesitada de mejoras, es manifiesta la desproporción existente entre ella y un clima de aguda confrontación enquistado por la voladura de puentes de diálogo que hay que reconstruir cuanto antes. Una responsabilidad que el Gobierno vasco y los sindicatos no deberían eludir por más tiempo por muy alejadas que estén sus posiciones.
La Policía autonómica tiene encomendada la protección de la seguridad como labor prioritaria, una tarea que ha de realizar con la máxima profesionalidad y compromiso y que en ningún caso puede pasar por alto. Los tres días en los que el Tour recorrerá las carreteras vascas constituyen una magnífica oportunidad para mostrar una vez más su razón de ser: el servicio a la sociedad. Torpedearlos sería un clamoroso error que causaría un daño irreparable a la imagen exterior de Euskadi, por lo que es de esperar que se imponga el sentido común.
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