El emotivo homenaje a los 113 policías nacionales asesinados por ETA en Euskadi -188 en toda España si se incluye el yihadismo- tributado ayer en San Sebastián es un justo reconocimiento a la labor de este cuerpo en favor de los derechos y libertades de ... todos los ciudadanos. «No estáis solos; contáis con el cariño y la cercanía de la inmensa mayoría de la sociedad vasca», subrayó la delegada del Gobierno, Marisol Garmendia, al dirigirse a los familiares de las víctimas. Es posible que sus palabras respondan a la realidad. Es seguro que una institución que ha contribuido como pocas a la erradicación del terrorismo, con profesionales que arriesgaron sus vidas y en numerosos casos las perdieron para acercar la paz de la que ahora disfruta nuestra tierra, no contó en los momentos más duros con el apoyo anímico y político que habría necesitado ni ha recibido hasta ahora el público espaldarazo que merece por su defensa del Estado de Derecho. Una asignatura pendiente que salda solo en parte el acto de ayer y que, cuando desde todo el arco parlamentario vasco se reivindica la memoria, invita a una reflexión crítica sobre el comportamiento de la sociedad ante el fundamentalismo etarra.
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