Las denuncias por el envío de contenido pornográfico y vejatorio a más de un millar de menores a través de chats en los que participan o han sido invitados a hacerlo alumnos de colegios vascos han generado una comprensible alarma. La polémica, como otras precedentes, ... invita a reflexionar sobre el uso de teléfonos móviles desde edades progresivamente más tempranas, una creciente realidad de la que los padres han de responsabilizarse con todas las consecuencias y que afecta también al sistema educativo. Su prohibición en las aulas, salvo para tareas docentes, se extiende por Europa. En nuestro país solo está vigente en Castilla-La Mancha, Madrid y Galicia, pero al menos cinco comunidades se han planteado aprobar una regulación propia tras la sucesión de escándalos por el empleo indebido de las redes sociales. Entre ellas no figura Euskadi, donde la decisión sobre posibles limitaciones a esos dispositivos está en manos de cada centro escolar.
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Las enormes ventajas que aportan las nuevas tecnologías tienen como contrapunto riesgos inherentes al inmenso mundo que abren a sus usuarios, sea cual sea su edad y grado de madurez personal. El ámbito educativo ha de ser un espacio seguro en el que los adolescentes estén protegidos; también del acoso digital y del acceso a materiales inapropiados y lesivos para su salud mental. Ello conlleva la adopción de medidas, incluida la enseñanza de un uso adecuado de los smartphones. Dada la magnitud del problema, el Gobierno vasco no puede lavarse las manos ni seguir de perfil por más tiempo. Sería conveniente su implicación fijando pautas de funcionamiento a partir de opiniones expertas para acotar la utilización de móviles en la enseñanza, cuyo descontrol supone, además, un evidente obstáculo para el aprendizaje.
No conviene, sin embargo, desviar el foco. Las familias tienen una labor fundamental e insustituible en este terreno mediante la educación en valores y promoviendo un empleo racional de esas poderosas herramientas convertidas en cauces básicos de socialización casi desde la niñez, lo que implica fijar límites a los hijos, practicar con el ejemplo y, en el caso de la pornografía, incidir en una educación sexual saludable. El control parental a través de aplicaciones instaladas por las operadoras en los teléfonos de menores es una alternativa tecnológicamente factible -Italia acaba de aprobarla- y que merece la pena analizar aunque no resuelva por completo el problema.
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