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El acto oracional en el que el obispo de Bilbao, Joseba Segura, pidió ayer públicamente perdón a las víctimas de abusos sexuales en la Iglesia, reconoció el daño causado por «los nuestros» -cuyas secuelas persisten en muchos casos pese a las décadas transcurridas- y se ... comprometió a acompañarlas en cuanto sea preciso para reparar sus heridas rectifica sin ambages la inadmisible actitud de silencio cómplice y ocultamiento mantenida por la institución en un pasado del que no puede sentirse orgullosa. Una ceremonia de ese tipo, presidida por el máximo responsable de la Diócesis y concelebrada por un presbítero agredido en su niñez, es pionera en nuestro país y tiene un alto valor simbólico. Lo refuerzan su desarrollo en un lugar tan emblemático como la catedral de Santiago, el protagonismo de los afectados que acudieron a ella y la lectura de testimonios de personas agredidas cuando eran menores de edad por parte de religiosos pederastas cuyas atrocidades solo han salido parcialmente a la luz y han quedado impunes.
Conforme la lenta ruptura del manto de silencio que había cubierto esa lacra ha destapado una realidad desgarradora, la Iglesia ha ido dando pasos dirigidos al esclarecimiento de los hechos y solicitado disculpas. En un principio, con tanta lentitud como escaso entusiasmo; luego, con una mayor diligencia -aunque pueda parecer insuficiente- ante la tolerancia cero impuesta por el Vaticano. Las diócesis vascas han ido en cabeza en esa línea de aperturismo. El ritual colectivo de ayer, «necesario» como bien dijo el obispo, constituye un salto cualitativo en ese sentido. Un avance en un camino de «sincero arrepentimiento», que incluye dos símbolos que pretenden mantener vivo el reconocimiento a las víctimas: la próxima colocación de una placa en el claustro de la catedral en memoria de todas ellas y la plantación de un olivo en terrenos del antiguo seminario de Derio, donde se perpetraron durante años actos de «pura maldad» -en palabras de Segura- documentados en una reciente investigación de la Diócesis de Bilbao.
A pesar de estos progresos, todavía queda mucho por hacer. Al rito del perdón de ayer, reconfortante sin duda para numerosos damnificados, deben seguir más acciones de apoyo, solidaridad e implicación en el resplandecimiento de la verdad para que la Iglesia salde la deuda contraída por los abusos sexuales y recupere la confianza perdida por comportamientos incompatibles con sus principios.
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