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Las elecciones presidenciales en Venezuela han dado lugar a un escrutinio oficialista por el que Nicolás Maduro habría obtenido el 51,2% de los votos y el candidato opositor, Edmundo González, el 44,2%. Un recuento cuya fiabilidad ha sido puesta en entredicho, con mayor ... o menor énfasis, por todos los gobiernos democráticos, y saludado con satisfacción por China, Rusia, Cuba, Irán, Bielorrusia o Catar. El ministro español de Exteriores, José Manuel Albares, reclamó ayer «total transparencia» y solicitó los datos «mesa por mesa» de modo que puedan ser verificables. Un cuestionamiento del escrutinio que llegaba tarde ante un proceso sin las mínimas garantías y ante el que el conjunto de la UE había optado por mantenerse a la expectativa. Resulta inadmisible la ausencia de un censo inclusivo y fiable, teniendo en cuenta además a los millones de venezolanos que en los últimos años optaron por irse fuera de su país; de una supervisión de la votación y de su recuento por parte de las formaciones que concurrían a las urnas; de una custodia con garantías de las papeletas depositadas y de las actas suscritas en cada colegio electoral, y de una presencia homologada de observadores internacionales.
El régimen de Maduro pudo así convertir la demanda, tan general como cándida, de que los contendientes aceptasen el resultado de los comicios del domingo en un reproche dirigido a todos aquellos que han denunciado a posteriori la opacidad del proceso. Como si la asunción del veredicto dictado por el Consejo Nacional Electoral fuese la única medida posible de la democracia en Venezuela. O como si lo que viene ocurriendo allí con el derecho activo y pasivo a unas elecciones libres fuese un asunto interno que los progresistas debieran evitar someter a juicio. Tesis a la que ayer se adhirió Sumar, socio de Gobierno de Pedro Sánchez, mientras Podemos y EH Bildu saludaban los resultados aún con más entusiasmo.
En un sistema sin contrapesos institucionales resulta imposible comprobar cuál fue realmente la voluntad política expresada por los venezolanos en las urnas. De modo que, una vez más, el régimen instaurado por Hugo Chávez hace 25 años se muestra imbatible por los votos que se recuentan bajo la custodia del poder autocrático de Maduro. Un panorama frustrante para la probable mayoría de los venezolanos, ante la que las democracias de América y de Europa vuelven a sentirse impotentes.
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