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El desplome de la inflación, que cierra este mes en el 2,2% -según el dato adelantado ayer por el INE- tras dos caídas consecutivas de 0,6 puntos, presagia el final de la situación crítica a la que condujo la guerra en Ucrania, reconducida ... con la drástica política monetaria decretada por el BCE. Es cierto que ese descenso se basa en buena medida en el abaratamiento de los precios de los carburantes, sujetos a una alta volatilidad. También en un menor ascenso de los alimentos, que han mostrado una fuerte resistencia a revertir su escalada. Sin embargo, la rebaja del IPC subyacente -el más estable- hasta el 2,7% refleja una tendencia de fondo de aparente solidez, a la espera de su evolución a corto plazo. Ese frenazo resulta más meritorio al coincidir con un fuerte crecimiento de la economía -el 2,9% anual-, que ha convertido a España en el motor de la Eurozona. El control de la inflación debería empujar al Banco Central Europeo a acelerar la rebaja de los tipos de interés. El alivio que representa para las familias es por partida doble para las hipotecadas gracias a la notable bajada del euríbor en agosto, la mayor desde 2013, que anticipa posibles movimientos en esa dirección del precio del dinero.
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