La muerte de Nahel, un joven de 17 años de Nanterre, por disparos de un policía desató varios días de disturbios en las principales ciudades francesas. Protestas sobrepasadas por el vandalismo que evidencian de manera más acusada que nunca la fractura persistente entre la República ... y los jóvenes crecidos en las 'banlieues'. Los incendios provocados en la capital del país se extendieron pronto a Marsella, Lyon, Burdeos y hasta Toulouse. Chavales socializados bajo el estigma de su origen magrebí o subsahariano, a menudo ya remoto, al margen de las instituciones del Estado y enfrentándose a las fuerzas policiales, sin que haya ni autoridad ni mediación alguna capaz de procurar la moderación de sus pulsiones. Tras la destrucción de numerosos bienes públicos y de cientos de comercios, el ataque contra el domicilio del alcalde de L'Haÿ-les-Roses mediante un vehículo incendiario, que la Fiscalía investigará como tentativa de asesinato, elevó ayer las alarmas después de otros intentos de amedrentamiento de cargos electos.
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Los llamamientos a poner fin a los actos de violencia por parte de la familia de Nahel y de figuras deportivas procedentes de barrios marginales pueden contribuir a rebajar la tensión después de cientos detenidos y decenas de policías heridos, junto a la intranquilidad generada en la población. Pero no es fácil que los jóvenes de las periferias que han participado en tantas noches de barbarie puedan volver a una normalidad que tampoco era tal en sus vidas antes de la muerte de Nahel. No encontrarán progenitores en condiciones de hacerles ver el sinsentido de su conducta, ni medios alternativos al tribalismo urbano que puedan corregir su deriva. Tratarán de escurrir el bulto ante las pesquisas policiales en marcha, y seguirán adelante las tramas delictivas que a todas luces han fomentado el caos.
El presidente Macron se vio obligado a suspender un encuentro crucial con el canciller alemán Olaf Scholz como señal de atención hacia un país en el que se suceden crisis internas. Pero la envergadura del problema que representan las carencias de inclusión de las generaciones más jóvenes de una migración centrifugada hacia las afueras del sistema de bienestar, sostenido a duras penas por el Estado, no podrá afrontarse con meros gestos. Ante el ascenso de la extrema derecha, lo ocurrido favorece más la búsqueda de un poder fuerte para la República que la acogida de los desesperados.
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