El lehendakari ofreció ayer, en su entrevista con Pedro Sánchez en La Moncloa, el solemne compromiso de Euskadi con la estabilidad política española. En una coyuntura en la que imperan las turbulencias y la voluntad del presidente de mantener la legislatura contra viento y marea, ... el anuncio de Imanol Pradales encierra un significado político más cualititativo que real. Porque Euskadi no es un oasis aislado de un convulso contexto en el que la dinámica maximalista de Junts ha colocado al Gobierno PSOE-Sumar a los pies de los caballos. Su viabilidad no depende tanto del respaldo de los partidos nacionalistas vascos como, sobre todo, de los siete votos del grupo de Carles Puigdemont, que son los que amenazan la continuidad de la actual mayoría parlamentaria y ponen en jaque los proyectos del Ejecutivo, incluidos los Presupuestos.
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Pero el respaldo vasco tampoco es anecdótico. Pradales logró de Sánchez su aval a abrir la recta final del cumplimiento del Estatuto mediante una reunión de la comisión bilateral en octubre que dé luz verde a un paquete de transferencias. El tiempo dirá si el espíritu cordial de la cita de ayer cuaja de verdad y da un acelerón a las negociaciones. Después de demasiados años en los que el desarrollo pleno y leal de la Carta de Gernika se ha convertido en un arma coyuntural de negociación política regido por el principio de la oportunidad, el cierre de esa carpeta se convierte en un necesario factor de estabilidad y certidumbre institucional, política y económica de primer orden. La base es el pactismo, bien lejos de la retórica de los desafíos que cultivan con irresponsabilidad algunos dirigentes del independentismo catalán. El lehendakari también reclamó un nuevo acuerdo estatutario que amplíe el consenso de 1979, del que se quedó fuera voluntariamente la izquierda abertzale, que optó por la ruptura y quiso dinamitar el modelo que puso en marcha el andamiaje del autogobierno vasco en el marco de la Constitución.
Pradales sabe que la ampliación de aquel entendimiento en torno a lo que el nacionalismo denomina «nuevo estatus» no puede resquebrajar la vía del pacto transversal y abrir una brecha hacia la aventura soberanista o la indefinición confederal. Generaría desconfianza y una lamentable vuelta a los debates esencialistas del pasado, felizmente superados. Sobre todo cuando la pulsión identitaria se ha enfriado en Euskadi y la sociedad vasca siente nuevas preocupaciones ligadas al día a día.
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