La brusca caída de la inflación hasta el 3,3%, su nivel más bajo en un año y medio, ofrece una imagen engañosa sobre un problema de primer orden que está lejos de dejar de serlo. Ciertamente, tras dispararse a raíz de la invasión rusa ... de Ucrania y tocar techo el pasado verano, el IPC ha frenado su ritmo ascendente gracias, sobre todo, a la evolución de la energía -incluido el petróleo- en los mercados internacionales y a la excepción ibérica del gas promovida por el Gobierno. Pero el dato adelantado ayer por el INE, que se compara muy favorablemente con el 9,8% de hace un año o el 6% de febrero, no es consecuencia de un súbito frenazo de la carestía de la vida, sino de un efecto estadístico del que no cabe extraer conclusiones erróneas. Básicamente consiste en que al ser el aumento en marzo -cuatro décimas- muy inferior al del ejercicio anterior, cuando la guerra estaba recién iniciada -el 3%-, baja con fuerza el índice de los doce últimos meses, al que se refiere ese dato.
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La inflación es un proceso acumulativo. Por lo tanto, tal recorte -previsto por los analistas, aunque su intensidad ha sido mayor de la esperada- no representa una mejora para el deteriorado poder de compra de las familias. Los precios mantienen su escalada, solo que de forma más suave que a estas alturas de 2022. El enquistamiento y fortaleza de esas tensiones alcistas, extendidas al conjunto de la economía española, los demuestra un IPC subyacente -el más estable y difícil de reducir- del 7,5% que debería eliminar cualquier tentación triunfalista. Además, no existe indicio alguno de que el sostenido incremento de la alimentación -el 16% anual en febrero- esté a punto de llegar a su fin. Por ahora no estamos ante un cambio de tendencia. Sin embargo, la moderación de las subidas respecto a los meses precedentes resulta esperanzadora y, a falta de que se consolide, supone un primer paso para encauzar una situación extraordinariamente complicada, lo que previsiblemente llevará cierto tiempo.
La elevada inflación tuvo un efecto benefactor sobre las cuentas públicas: la reducción del déficit del Estado en casi dos puntos, hasta el 4,8% del PIB, gracias a un récord de los ingresos fiscales por el tirón del IVA. De esa forma, el Gobierno cumple con holgura sus previsiones, transmite a Bruselas un mensaje de compromiso con la estabilidad presupuestaria y gana margen para habilitar eventuales nuevas ayudas en pleno periodo preelectoral.
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