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Isabel Díaz Ayuso pasa frente a Félix Bolaños en el polémico acto en que no se permitió al ministro subir a la tribuna. Jaime García

Encendida precampaña

El clima de extrema polarización partidista no es sostenible de forma indefinida sin dañar la convivencia social

Lunes, 8 de mayo 2023, 01:12

El ensordecedor ruido que se ha apoderado de la precampaña electoral, con el bochornoso choque entre Isabel Díaz Ayuso y el ministro Félix Bolaños como visible muestra de hasta dónde ha llegado el deterioro de las relaciones entre los dos grandes partidos -incluidas las de ... carácter institucional-, es el preludio de la aguda polarización que condicionará el debate político nacional al menos hasta los comicios generales previstos para diciembre. Aunque a fuerza de repetidas hayan dejado de causar extrañeza afirmaciones de grueso calibre cruzadas en el fragor de una agria batalla dialéctica, no puede asumirse con normalidad que el Gobierno acuse de «antisistema» al PP ni que los populares confundan al PSOE con una formación dispuesta a imponer un régimen totalitario en España. Es dudoso que ese ejercicio de tremendismo ayude a movilizar a los votantes. Lo es menos que resta credibilidad a los mensajes -también a las críticas con sólidos fundamentos- y que contrasta clamorosamente con la contención y el espíritu comprensivo con el que ambos grupos actúan frente a las propuestas radicales, salidas de tono y provocaciones de sus socios -estables o esporádicos- instalados en los extremos del arco parlamentario. Unidas Podemos y el independentismo, en un caso. Vox, en otro.

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Ese clima hace inviables los grandes pactos que necesita el país. Siendo esto nocivo, aún pueden serlo más los riesgos que implica para la convivencia, cuyo deterioro debería preocupar a todos los partidos. No todo vale en política. Un ambiente irrespirable, alimentado por una inconveniente inercia de la confrontación partidista hacia el lenguaje y algunas prácticas propias del populismo, ni es inocuo a corto plazo ni puede prolongarse indefinidamente en el tiempo sin dañar el prestigio de las instituciones ni emponzoñar las relaciones sociales. Con el peligro añadido de que una combinación de factores adversos encienda una mecha de imprevisibles consecuencias en el momento y lugar más inesperados.

Sin ser inmune a esa realidad, la crispación en Euskadi adquiere un tono menor, aunque crece de forma acelerada conforme se acerca el 28-M en una disputa con más carga ideológica de la habitual en unas elecciones locales. A la clásica confrontación de modelos entre el PNV y EH Bildu, extendida ahora a su capacidad de influencia en Madrid, se suman los choques entre los jeltzales y el PSE que han abierto grietas en unas alianzas que aspiran a repetir.

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