Los abusos sexuales a menores por parte de religiosos que han aflorado en los últimos años han deteriorado gravemente la reputación de la Iglesia católica, que miró hacia otro lado durante décadas en una actitud tan inadmisible como irresponsable, cuando no encubrió prácticas repugnantes constitutivas ... de delito que han quedado impunes gracias a ese comportamiento. La contundencia con la que el Papa Francisco ha denunciado esos «crímenes» e instado a esclarecerlos y resarcir en cuanto sea posible a las víctimas exige pasos firmes por parte de la jerarquía eclesiástica, en la que conviven distintas sensibilidades sobre con qué intensidad encarar ese desafío.
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Las diócesis vascas han mostrado una singular predisposición a escuchar a cuantos damnificados se les acerquen, reconfortarlos e investigar a fondo sus denuncias, y han recurrido a expertos independientes de la UPV y la Universidad de Deusto para las pesquisas de los dos escándalos más graves descubiertos a fin de reforzar la credibilidad de sus conclusiones. En esa línea se inscriben los encuentros restaurativos entre pederastas y sus víctimas que impulsará el Obispado de Bilbao con el objetivo de avanzar en la reparación del daño causado a inocentes que han visto sus vidas marcadas a fuego por las agresiones de personas llamadas a protegerlos. La iniciativa, similar a la desarrollada con familiares de asesinados por ETA y terroristas arrepentidos, ha surgido de afectados que sienten la necesidad de contactar con los depredadores sexuales que les atacaron amparándose en su condición de sacerdotes o religiosos y ofrece a estos la posibilidad de pedirles perdón cara a cara y escuchar las devastadoras consecuencias de sus actos.
Es cierto que el proyecto tropieza con dificultades que van desde el limitado número de víctimas identificadas al fallecimiento de la mayoría de los abusadores por razones de edad y las previsibles resistencias a enfrentarse de nuevo al horror o reconocer el provocado. Aún así, a la vista de la experiencia precedente, satisfactoria para quienes decidieron probarla, es de confiar en que esta también ayude a suturar heridas y al resplandecimiento de la verdad. Un derecho este último que asiste a las víctimas y que no ha prescrito aunque hayan podido hacerlo a ojos de la Justicia delitos que resumen las atrocidades perpetradas, que la Iglesia debería ser la primera interesada en aclarar y en impedir por todos los medios que puedan repetirse en su seno.
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