reunión con la portavoz de EH Bildu en el Congreso, que Mertxe Aizpurua tildó justamente de «hito» al suponer un espaldarazo a la normalización de la izquierda abertzale pese al camino que le queda por recorrer para desembarazarse de su pasada subordinación a ETA. También ... mantuvo un encuentro con la representante de Junts Miriam Nogueras. Ambas citas atestiguan hasta qué punto el presidente en funciones está en lo cierto cuando califica de «complejas» las negociaciones a las que se enfrenta. Necesita atender un sinfín de demandas de diverso orden nada fáciles de conciliar por mucho que los socios pretendidos se adscriban en apariencia a un propósito parejo.
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La estrategia de procurarse un nuevo mandato enfriando en el transcurso de las semanas las demandas iniciales de los grupos cuyo apoyo requiere podría funcionar hasta cierto punto. La sola eventualidad de una repetición electoral genera en casi todos ellos mucha más inquietud que el posible desdoro de unas ganancias mínimas. Pero el problema al que se enfrentan Junts, ERC, PNV y Bildu es que saben perfectamente que el Gobierno no cuenta ni con la capacidad financiera, ni con la ductilidad identitaria, ni con la maleabilidad competencial como para conceder a cada cual aquello que pueda saciarle de manera suficiente sin suscitar agravios entre el resto de los posibles aliados y en aquellos territorios o sectores sociales que vean en la operación un dislate injusto.
Así, las negociaciones se encuentran en ese punto ignoto en el que las partes optarán por mostrarse muy poco explícitas sobre el contenido de los posibles acuerdos, evitarán llevar al papel compromisos que pudieran suscitar nuevas reivindicaciones de otros interlocutores y acabarán por consignar en el secreto de un pacto verbal o de medio folio escrito a mano lo que aflorará inevitablemente en el transcurso de la legislatura, siempre que esta eche a andar. La sola idea de la amnistía abre espacio a la exoneración de los crímenes de ETA. La perspectiva de una revisión plebiscitaria del autogobierno catalán al margen de lo instaurado genera expectativas en Euskadi. La reforma del modelo de financiación autonómica a partir de las exigencias de ERC y Junts podría trastocar incluso el sistema del Cupo vasco. Sánchez enfrenta una complejidad imposible, que acaso salvará para la investidura y poco más.
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