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El secretario de Estado de EE UU, Antony Blinken, declaró ayer que las renqueantes negociaciones que continúan en El Cairo ofrecerían «la última oportunidad» de ... recuperar a los rehenes que siguen en poder de Hamás, conseguir una tregua para Gaza y esbozar una senda de «paz y seguridad duraderas para Oriente Próximo». «Que nadie tome acciones que puedan hacer descarrilar el proceso», reclamó después de un fin de semana de confrontación abierta entre Israel y Hezbolá. Un choque que atiza el temor a la escalada definitiva que enfrentaría a Irán y su 'eje de la resistencia' contra los israelíes y su padrino estadounidense, que acaba de proporcionar a Tel Aviv la información de inteligencia con la que avalar su «ataque preventivo» contra el sur de Líbano, aunque la ofensiva no logró evitar la respuesta de la milicia chií. Puede entenderse como un nuevo episodio de tanteo para ambas partes, mientras se prolonga la tensa espera de la represalia iraní por el asesinato de Ismail Haniye en Teherán. La dinámica bélica enquistada en la zona los últimos once meses, sin embargo, arriesga escapar al pretendido control de sus actores.
Con la invasión de Gaza, Israel libra ya su guerra más larga. Una operación en la que hasta el momento Benyamin Netanyahu no ha logrado terminar con la organización responsable del terrible ataque del 7-O, ni localizar a su líder Yahya Sinwar, agazapado en un territorio ocupado, devastado por continuos bombardeos y convertido en cementerio de 40.400 palestinos, en su mayoría civiles. La sociedad israelí respalda al primer ministro, en el que una mayoría aprecia a un 'hombre fuerte'; incluso en el norte del país le piden que invada Líbano de una vez. Pero el centenar de cautivos todavía retenidos por Hamás es una herida abierta para las familias. Y en el Gobierno afloran las discrepancias por el empeño del ministro de Seguridad, el ultra Ben Gvir, de llevar el rezo judío, ahora incluso un templo, a la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén.
Los bombardeos cruzados del domingo se dejan sentir ya en el precio del petróleo, que se apreció un 2,3% en un día, y en la preocupación de los mercados por la posibilidad de una deriva aún más explosiva en Oriente Próximo. Una poderosa razón para que EE UU fuerce a Israel y Hamás a un alto el fuego, aunque tal vez un empeño lejos de la voluntad o del alcance de una debilitada Casa Blanca.
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