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La andanada arancelaria con la que Donald Trump ha quebrado todos los puentes del comercio mundial para someter a continentes enteros al dictado de un ... proteccionismo obsesivo adquiere aún mayor gravedad por la premura con la que Washington insta a cientos de gobiernos y a millones de empresas a ajustarse a su requisitoria o a negociar bajo una inusitada presión. El miércoles, el presidente de Estados Unidos rubricó órdenes ejecutivas que revisan drásticamente la historia de aquel país, bajo la delirante acusación de que la economía del mundo se ha desarrollado como un sistema para «saquear, violar y expoliar» a los estadounidenses.
La inquina contra Europa y nuestro bienestar se ha vuelto patológica en el discurso de la Casa Blanca. Se evidencia cuando falsea la realidad para denominar «aranceles recíprocos» a medidas adoptadas en la presunción de que Bruselas aplica hasta un 40% de peaje a los productos y servicios estadounidenses; y cuando imputa a todo lo que aquí se hace o regula un ánimo avieso para aprovecharse de EE UU. Todo ello aderezado por la pretensión de cortar el avance de China para convertirse en la primera potencia parando en seco su crecimiento y comprometiendo así muy seriamente el global.
Queda fuera de toda razón la alegada estrategia de Trump de enriquecer a su país y a sus habitantes a costa de empobrecer al resto de los ciudadanos del mundo. Con el mensaje subliminal, con el que trata de embaucar a un país dividido y desnortado, de que tal propósito merecería un tiempo de inflación y recesión también para los norteamericanos. Por eso resulta inevitable temer que al otro lado del Atlántico no haya ahora instancia alguna capaz de contrapesar con cordura la baladronada de su mandatario.
El cuadro arancelario es tan disparatado que solo podría entenderse como un desvarío transitorio. Con todo, es imprescindible que tanto las instituciones de la Unión como cada uno de los Veintisiete se esmeren en mantener los hilos de comunicación y sintonía con los que se cuenta en relación a quien persigue una guerra comercial a gran escala. Tanto para atenuar sus efectos inmediatos a este lado del Atlántico, como para tratar de conectar a la otra orilla con voluntades que moderen posturas tan extremas.
Entre las bolas extraídas del bombo del resentimiento trumpista, a Europa le corresponde un castigo del 20% para los productos y servicios que exporte a EE UU. En el caso de las empresas vascas, un sobrecoste de 400 millones estimado por el Gobierno de Pradales. La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, advirtió de que la UE se mantendrá presta a dialogar y también a contrarrestar el castigo. Pedro Sánchez quiso trasladar que el Ejecutivo se ha preparado para «desplegar» de inmediato el plan de Respuesta y Relanzamiento Comercial que movilizará 14.100 millones -7.400 millones de nueva financiación- a fin de proteger las empresas y el empleo y reorientar la capacidad productiva.
A la espera de que la UE perfile el rumbo, resulta ineludible que Pedro Sánchez vuelva la mirada hacia sus obligaciones institucionales en relación con la situación presupuestaria y con las empresas más directamente afectadas por los aranceles. Hacer frente al nuevo desafío requiere un consenso político amplio y activo que no puede limitarse a reuniones informativas con los grupos parlamentarios, ni a comparecencias a modo de soliloquio ante las compañías que sostienen el crecimiento español.
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