Euskadi registra 18 denuncias diarias por violencia machista. Los médicos identifican cuatro nuevos casos de maltrato machista cada jornada. Las agresiones sexuales más graves se han disparado un 43,5% en el último año. Además, la Ertzaintza presta algún tipo de protección a 5.616 ... mujeres en riesgo de ser atacadas por sus parejas o ex. Estas cifras son bien elocuentes de la magnitud de un problema social profundamente enquistado. Pero, aunque causen una más que justificada alarma, solo ofrecen una fotografía parcial de una realidad todavía mucho peor, cubierta por el temor de numerosas víctimas a sus verdugos, que les impide alzar la voz, y la involuntaria complicidad de quienes a su alrededor no actúan pese a sospechar el infierno que sufren. Las 52 muertas en toda España a estas alturas del ejercicio, tres más ya que en todo 2022, constituyen la demostración de una grave falla en los sistemas de valores y de que, aun siendo necesarias, no bastan reformas legales para atajar con éxito una injusticia suprema contra la que es preciso implicar activamente al conjunto de la sociedad y no bajar la guardia.
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Las calles de todo el planeta clamarán hoy para exigir la eliminación de la violencia contra las mujeres en el día internacional frente a esa lacra. Una reivindicación que en el fondo es un grito en defensa de la igualdad efectiva hacia la que se han dado pasos relevantes en diversos ámbitos, pero en la que aún queda un amplísimo trecho por recorrer. Avanzar hacia ese objetivo requiere combatir sin ambages la disparatada creencia entre sectores por fortuna cada vez más minoritarios de que una mitad de la población está subordinada a la otra media y obligada a plegarse a sus deseos en un inadmisible desprecio de la libertad y la dignidad ajenas.
La lucha para erradicar los comportamientos machistas en la vida cotidiana ha de extenderse a las nuevas generaciones. Las instituciones vascas aciertan al poner el foco en el temprano acceso de los jóvenes a la pornografía, que no solo distorsiona una sexualidad sana y en muchos casos sustituye a la educación en ese ámbito, sino que se convierte en «una escuela de violencia» contra las mujeres en las que la empatía es sustituida por la normalización de relaciones de poder en las que los varones ejercen el dominio y ellas son sometidas y cosificadas. Un pésimo ejemplo cuyos resultados saltan a la vista en las agresiones sexuales cometidas por jóvenes.
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