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La economía española crece a un ritmo muy superior a la media de la UE y ha demostrado una notable resistencia al cúmulo de recientes adversidades. Ello no oculta una debilidad estructural manifestada en la sustancial ampliación de la brecha entre nuestra renta per cápita ... y la europea, que se ha multiplicado por seis en lo que va de siglo. Detrás de ese empobrecimiento relativo está una inquietante caída de la productividad, frente al ascenso que ha registrado en buena parte de la Unión, lo que supone un lastre para la competitividad que es necesario abordar cuanto antes. La recuperación se ha basado en actividades de bajo valor añadido y en un aumento del empleo asociado a ellas. Queda pendiente un decidido impulso de la inversión y del I+D que el país echa en falta desde hace años, junto a un paralelo incremento de la mano de obra altamente cualificada para mejorar la eficiencia de la economía. El tirón del turismo puede maquillar tales carencias en las cifras de ascenso del PIB, pero no en la realidad del tejido productivo ni en la renta per cápita. Abordar esta situación exige reformas exigentes y, con antelación, un reconocimiento de la misma, todavía muy limitado.
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