El esperado encuentro entre el Gobierno de España y el de Marruecos ha consagrado la deseable normalización de relaciones entre ambos países, pero sin que el viaje de Pedro Sánchez a Rabat acompañado por once ministros socialistas estuviera rodeado del clima de confianza y reciprocidad ... que cabía esperar. La reunión de alto nivel de ayer revalidó la declaración conjunta del 7 de abril de 2022 con la que Mohamed VI y el presidente quisieron dejar atrás la crisis desatada por Rabat, lo que ayer posibilitó el establecimiento de una veintena de convenios sectoriales, a la espera de que sus objetivos cuenten con dotaciones financieras públicas y privadas que materialicen los intereses comunes. Sin embargo, el hecho de que el rey alauí eludiera fotografiarse con el mandatario español, después de que con motivo de cumbres similares tanto su padre, Hasán II, como él mismo recibieran a sus antecesores, revela una desconsideración a tener en cuenta por parte de un régimen en el que la conducta del monarca lo es todo.
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Dado que Sánchez fue el presidente que cambió la política española respecto al Sáhara Occidental sin encomendarse a nadie más que al propio Mohamed VI, una llamada de buenos deseos previa al viaje no parece en ningún caso la atención que merecía. Máxime cuando su arriesgada decisión le ha supuesto los ataques del resto del arco parlamentario, incluidos sus socios de Unidas Podemos, y la incomprensión de buena parte de la opinión pública española. Junto a ello, el compromiso para evitar «todo aquello que sabemos que ofende a la otra parte» en términos de soberanía exige valorar la forma y el fondo de la cuestión, aunque el dirigente socialista pareciera ayer especialmente satisfecho por ese pacto de silencio.
Es posible que la forma facilite el discurrir de la cooperación entre los dos países en materias de absoluta prioridad para España como la contención de los flujos migratorios o la prevención y seguimiento del yihadismo terrorista, además de la ampliación de las posibilidades de desarrollo económico y social a ambos lados del Estrecho. Pero el fondo del compromiso sugiere una relación desigual después de que el Gobierno de Sánchez se pronunciara a favor de la autonomía del Sáhara dentro del reino marroquí, mientras éste sigue considerando no españolas a Ceuta y Melilla. La parsimoniosa vuelta al tráfico constante de personas y mercancías por la frontera de las dos ciudades autónomas atestigua el desarreglo acordado.
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