Euskadi amaneció ayer bajo la sombra de una inequívoca excepcionalidad reflejadada en el cierre de bares y restaurantes, y se acostó con esa misma percepción agudizada por el toque de queda en sus calles a las diez de la noche y el cese de la ... actividad comercial y cultural a las nueve. Estas drásticas restricciones a la vida social, que se suman a las ya vigentes, no solo transforman el paisaje urbano y los hábitos de vida, sino que ejercen de permanente recordatorio de la extrema gravedad de una emergencia sanitaria que exige un firme compromiso colectivo.
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Además de reducir al mínimo las relaciones entre familiares y amigos, detectadas como el principal foco de la descontrolada propagación del virus, las nuevas medidas aprobadas por el Gobierno vasco han de servir para concienciar a los sectores que aún no lo estén de que la lucha contra la pandemia más devastadora del último siglo se libra en los centros sanitarios y las instituciones, pero también en el comportamiento de cada ciudadano tanto en el ámbito privado como en el público. Y de que sin una actitud responsable generalizada -igual que sin el acierto de los poderes públicos en la toma de decisiones- será imposible detener una sangría cuyo final ni siquiera se vislumbra.
Las severas limitaciones recién estrenadas representan una tan desalentadora como inevitable vuelta atrás tras el fracaso de la estrategia diseñada para contener la segunda ola. Después de meses de 'shock', recortes de derechos, descalabro de la economía y mensajes contradictorios de las administraciones, resulta comprensible el hartazgo de la sociedad al comprobar que sus sacrificios han sido ineficaces y que deberá redoblarlos para impedir una catástrofe aún mayor. Ese cansancio se torna en indignación en la hostelería, el sector más castigado por una crisis de la que no es culpable, con múltiples negocios y miles de empleos amenazados por las restricciones y cuyas demandas merecen ser escuchadas.
Pero la angustiosa situación no permite desaliento alguno, incluso aunque pudiera sustentarse en razones fundadas. Es ineludible embridar con la máxima urgencia la desbocada transmisión del Covid antes de que colapse el sistema sanitario. Las contundentes medidas aplicadas desde ayer son la última carta para evitar un confinamiento general que tendría devastadoras consecuencias económicas y sociales. El tiempo se agota. Evitar lo peor es posible. Pero solo con el concurso de todos.
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