Ciencia contra desconcierto

Los ciudadanos aguardan la definitiva normativa que regirá las celebraciones festivas en medio de una incertidumbre que amenaza con distraerles de la que debe ser su preocupación primordial en los próximos días: el estricto cumplimiento de las medidas de protección de la propia salud, la de sus familias y la del conjunto de la sociedad, además de la constatación de que las posibilidades de movilidad o de mantener encuentros, por restringidos que parezcan, no equivalen a una obligación de arriesgarse fuera del entorno más seguro.

Nueve meses después de declarada la pandemia por la OMS y el primer estado de alarma en España, la población no puede permitirse el mínimo descuido. Y tampoco las autoridades deberían relativizar la gravedad del momento al mostrarse desconcertadas en sus decisiones, quizá con la esperanza de que la vacunación ataje una tercera ola en cuanto a los grupos más vulnerables, o los más determinantes en el abordaje sociosanitario del problema, y atenúe sus efectos. El temor a una nueva embestida del coronavirus, a la que se sume una variante aún más contagiosa, impone que los gobiernos europeos, el Ejecutivo central y las instituciones autonómicas se apoyen en el criterio de los expertos. Que la política ceda terreno a la ciencia.